dimarts, 1 de març del 2011

Ghostgirl 3 - Lovesick - Capitulo 9



Capítulo IX: Tristemente hermosa

Me quiere no me quiere.


***
Si quienes fueron amantes siguen siendo amigos, o todavía están enamorados o bien es que nunca lo estuvieron. Nos sentimos atraídos hacia otras personas por razones de toda índole; con todo, la mente humana puede, en ocasiones, calificar los sentimientos por los románticos por no hallarles otro sentido en un momento determinado. La verdad es que cabe la posibilidad de que las personas hacia las que nos sentimos atraídas pueden no estar ahí por fines amorosos sino, al contrario, ser presencias capaces de infundir cambios, alteraciones en nuestras vidas, que se nos presentan por el camino por razones que todavía no alcanzamos a comprender.
***


A todo el mundo le costaba un poco recuperarse del día de San Valentín, de la excitación y el romanticismo que había supuesto para algunos, de la decepción en el caso de los demás. Para los corazones solitarios, las tarjetas, flores y cajas de dulces expuestas por doquier eran como el sarpullido resultante de la picadura de una garrapata: recuerdo externo de que algo muy grave ha ocurrido en el interior. Del mismo modo que el día de San Valentín suplantaba a la Navidad en las tiendas, el Baile de Graduación arrancaba de raíz y al instante el día de San Valentín del instituto. Las dos fechas se hallaban separadas tan sólo por un período intermitente, que las chicas de último curso sin novio apodaban “la temporada de caza”, pero que el resto del instituto conocía como la primavera. Y para las Wendys, el primer paso del proceso era deshacerse de sus “críos”.

—Ni de coña vamos a conseguir un acompañante para el “Baile de Graduación”—dijo con aire despectivo Wendy Anderson—, como madres solteras.

—Ya lo sé —dijo Wendy Thomas—. Pero no los podemos devolver hasta que acabe la semana. Para entonces ya estarán pillados todos los que merecen la pena —se quejó.

Entonces, sin mediar palabra, Wendy Anderson echó un vistazo al termómetro exterior y le hizo un gesto a Wendy Thomas para que saliera con ella al aparcamiento.

—Trae acá ese crío —exigió Wendy Anderson arrancando el muñeco de los Gracos de Wendy Thomas.

—¡Wendy, nos suspenderán!

— Las investigaciones demuestran que los críos criados por madres adolescentes no aptas para ello son una carga para la sociedad—espetó Wendy Anderson—. Es nuestro deber para y con la patria.

Abrió las puertas del coche, cerró todas las ventanillas y arrojó a los dos muñecos en el asiento de atrás. Justo cuando estaba a punto de cerrar el coche de un portazo, se detuvo a su altura otro vehículo.

—Hola muñequitas —saludó Darcy—. ¿Qué hacéis?

—Pues nada, la verdad —dijo Wendy Thomas muy nerviosa a la vez que ambas se apostaban delante de las ventanillas del coche.

Darcy coló la cabeza entre las dos y se asomó al interior del vehículo, mientras las Wendys permanecían muy tiesas con ganas de que se las tragase la tierra.

—Eso es un delito grave— reclamó Darcy— ¿Por qué no los mandáis de “campamento”, como he hecho yo?

Por las mentes de las Wendys desfilaron visiones de cartones de leche y lacrimógenas conferencias de prensa ofreciendo recompensas y exigiendo que sus “retoños” desaparecidos fuesen hallados y devueltos a su hogar.

—Gracias por el consejo —dijo Wendy Anderson con sincero agradecimiento mientras rescataba a los muñecos—. Pero que esto quede entre nosotras.

—Por supuesto —dijo Darcy con altivez—. Y hablando de secretos ¿qué tal Petula?

—¿Por qué no vienes y lo compruebas tú misma? —ofreció Wendy Thomas, abriendo una importante brecha en la línea de defensa de su estrechísimo círculo de amistades—. Esta noche volvemos a salir de incógnito.

—Me encantaría —pío Darcy—. ¿Qué me pongo?

Antes de que pudieran pronunciar una palabra más, las Wendys y Darcy vieron desviada su atención hacia las escandalosas risitas y gritos ahogados que en ese momento profería un grupo de chicas de primer curso en la otra punta del aparcamiento. Dado el nerviosismo creciente provocado por la proximidad del Baile de Graduación, aquello sólo podía deberse a un chico. Así, se fueron hasta allí para enterarse de la razón de tanta excitación.

—¿Quién es ése? —comentó Darcy, a la que poco le faltó para relamerse.

Scarlet, ajena al tumulto que avanzaba desde el aparcamiento hacia el instituto, estaba escuchando nuevas canciones que acababa de maquetar. Ese día estaba más feliz que lo habitual porque el programita, Copn una cuenta atrás para la entrega del bebé, que había instalado en su PDA mostraba que le quedaban muy pocos días de maternidad. Reparó en Petula que caminaba hacía ella, y le lanzó el muñeco.

—A ver si lo coges —dijo Scarlet, exhibiendo al menos una cosa que tenía en común con las Wendys su absoluta falta de instinto maternal.

Petula lo atrapó al vuelo y lo acunó con dulzura sacudiendo la cabeza en un gesto de desaprobación hacia la falta de cuidado de su hermana al cruzarse con ella. Cuando levantó la vista y, para su sorpresa, vio que Damen se encaminaba hacia ella con las Wendys justo detrás, dobló la esquina y se apostó allí a fin de observar la escena sin ser vista.

Scarlet, que seguía ensimismada en su música, sintió un inesperado golpecito en el hombro y se giró malhumorada, dispuesta a arremeter contra quienquiera que fuese el que había interrumpido su sesión de playback.

—¿Estás libre para el almuerzo? —preguntó Damen exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja.

Scarlet casi en estado de shock tanto fue así que por unos instantes no dijo nada.

—¿Qué haces aquí? —preguntó a la vez que se retiraba los auriculares y se le colgaba del cuello.

—He vuelto para el último semestre —dijo Damen— ¿Contenta?

¿Contenta? Bueno pensó Scarlet, sí, era una forma de describir cómo se sentía. Aunque estupefacta, confusa y un poco flipada también habrían valido. ¿Es que le habían expulsado? ¿Había perdido la beca? Concluyó que estaba a punto de descubrirlo y trató de aplacar el pánico que empezaba a invadirla.

—Pues claro —dijo abrazándose a él una vez más conforme se encaminaban hacia la cafetería—. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Eso no ha sonado muy convincente que digamos —comentó Darcy a las Wendys mientras se alejaban a la dirección opuesta, con ella a la cabeza, tres pasos por delante de las otras dos chicas.

Petula, que lo había oído todo no pudo estar más de acuerdo. No alcanzaba a explicarse a qué venía la ambivalencia de Scarlet con respecto el regreso de Damen, pero en ese mismo instante la distrajo un asunto personal mucho más preocupante: la partida de las Wendys y Darcy.

—¿Una Flying V? —reparó Petula con recelo mientras se alejaban—. Esa es nuestra formación.

Hollywood, con un reparto interminable, se tratase. Los rostros que rodeaban a Damen eran diferentes, pero la multitud en si apenas había cambiado. Sobre contemplada desde lejos.

Recordó cómo se consolaba cuando todavía estaba viva leyendo revistas sobre el modo en que buena parte de los alumnos más populares de los institutos alcanzaban su apogeo demasiado pronto, para luego dejar atrás sus días de gloria casi al instante. Sin embargo, no estaba escrito que Damen fuera a contarse entre ellos. En su caso, no permitía que lo definiesen los símbolos del éxito, uniforme de fútbol americano, destreza en los deportes, atractivo físico, un coche fetén, amigos populares y una novia guapa. Él era él y nada más, su esencia. No hacía falta saber nada acerca de él ni de su procedencia para sentirlo real.

Eric tenía mucho de eso también, pensó. Puede que lo expresará de otro modo pero la impresión general era prácticamente la misma. Ésa era la razón de que le gustase tanto, pensó mientras observaba a Damen en acción.

Charlotte se echó a reír cuando divisó a Pam y a Prue, que iban a la zaga con las Wendys y Petula fingiendo querer provocarse el vómito con el índice muy tieso mientras estas seguían a Damen. Pero, al fijarse mejor, Charlotte cayó en la cuenta de que no era Petula la que lideraba la comitiva. Era una especie de imitación mala y desenfadada de ella. A decir verdad, tenía sentido, Petula jamás seguiría a nadie, aunque resultaba chocante ver a las Wendys sin ella. ¡Pero si eran incapaces de salir de una bañera sin Petula!

Charlotte le dio un respiro a su curiosidad y decidió que Pam y Prue podían ponerla al día en otro momento.

Necesitaba algo que levantase el espíritu, por así decirlo, y el elevador emocional que andaba buscando lo tenía delante de sus narices. Muertología, más claro imposible.

Se sintió algo culpable cuando se encaminó pasillo adelante hacia la puerta de acceso al sótano, pero en seguida se tranquilizo diciéndose que Damen estaría bien sin ella durante un rato. Bajó las escaleras, las volvió a subir, regresó al pasillo y allí estaba.

La puerta estaba entreabierta, y Charlotte se asomó al interior con discreción, pues no quería interrumpir el transcurso de la clase que pudiera estar teniendo lugar en ese momento. Para su sorpresa, en la sala reinaba el silencio y se hallaba casi vacía. Vacilante, dio un paso hacia el interior.

—¿Hay alguien aquí? —Llamó.

—Eh tú, me estás pisando —chilló una niña flacucha medio adormilada, de grandes ojos y marcadas ojeras, a los pies de Charlotte.

—Ay, perdona —dijo esta dando un respiro a la vez que miraba a aquel espectro grogui.

—Es culpa mía —replicó la niña—. Estaba muerta de cansancio.

—¿No lo estamos todos? —bromeó Charlotte, mientras la llenó un sentimiento de camaradería.

—Soy Mercury Mary —dijo mientras se despabilaba y le tendió la mano—. ¿Qué te trae por aquí?

Mary era una personalidad fetén donde las hubiera: extrovertida, fiel a sus ideas, una de esas chavalas con mucha proteína y poco carbohidrato. Le recordó a Pam, por el modo que tenía de hablar y de hacerse valer. A Charlotte le cayó bien de inmediato, pero pensó que era mejor no desvelar demasiada información a una alumna nueva.

—Pues, si quieres que te diga la verdad, no estoy muy segura —se sinceró—. ¿Y tú?

—Envenenamiento por mercurio —le confío a Mary—. Demasidas visitas al sushi bar.

—Las cosas siempre con moderación —dijo Charlotte.

—Buen consejo —corroboró una tímida voz a su espalda—. Aunque es un poco tarde para eso.

—Es un poco tarde para todos nosotros —dijo Charlotte con una carcajada echando mano de su broma preferida.

Por desgracia, no cayó demasiado bien en aquella sala. Se le había olvidado tener en cuenta que aquellos fantasmas son novatos sin experiencia. No habían cruzado al orto lado. No sabían que todo iba a irles bien y que nunca era demasiado tarde. Para ellos, la espera no era sino un juego tedioso e incierto, y dado el elevado número de asientos vacíos en el aula, Charlotte supo que era probable que tuvieran que esperar bastante tiempo.

—¿Estás aquí para salvarnos o algo así? —preguntó con voz temblorosa la chica que estaba detrás de Charlotte.

—Aquí estáis a salo —la tranquilizó ella tomando las manos temblorosas que le tendía y apretándolas fuerza—. Estás temblando —dijo haciendo todo lo posible para que se calmara.

—Más o menos es así como llegó hasta aquí —dejó caer Mercury Mary.

—Mi mejor amiga me dio un susto de muerte —explicó la chica—. Tampoco es una cosa tan rara, al menos según las estadísticas.

—Yo soy Charlotte —dijo con un tono tranquilizador en la voz—. Y os puedo asegurar que no hay nada aquí de lo que deban asustarse...

—Yo soy Beth —respondió la chica—. Pero me llaman Scared to Beth.

Charlotte conservó la cara de póquer, estimando que no era quién para juzgar a nadie, sobre todo teniendo en cuenta que ella había sido víctima de un gominolicidio, un caso tan raro que solo se había cobrado una víctima, que ella supiera.

—Me apuesto lo que queráis a que no adivina mi nombre —se alardeó la última alumna de la clase con una expresión y astrosa acorde con su despeinada cabellera y su arrogado y mal combinado atuendo.

—Ella es Toxic Shock Sally —indicó Mary—.
No sabía que los tampones se los tiene que cambiar una con cierta, eh, regularidad.

—No es que no lo supiera —se defendió Sally, avergonzada—, lo que pasa es que tengo un problema de horarios.

—Querrás decir un problema de higiene personal —se burló Beth.

Las otras se echaron a reír, pero Charlotte sólo acertó a esbozar una sonrisa de empatía. Acarició el hombro de Sally en señal de solidaridad. Adivinó que la chica no había tenido a nadie que le cepillase el pelo, le eligiese la ropa para ir al colegio, la educase en lo referente a su cuerpo. A decir verdad, Charlotte se identificaba con Sally, puesto que ella tampoco había contado con una madre que le enseñase aquellas cosas.

Ante la reacción de Charlotte, las otras chicas cerraron el pico rápidamente. Ella contempló durante unos segundos la posibilidad de decir algo, de reprender a Beth y Mary, pero pensó que todo grupo, por pequeño que éste sea, tiene su propia dinámica. Su clase de Muerto logia tenía, cómo no, su propia “personalidad”, con bravucones, graciosillos, geeks y frikis, y tan pronto el resto de aquellos asientos estuviesen ocupados, aquella nueva clase también la tendría. Hallarían su equilibrio ellos solos sin su injerencia.

En ocasiones pensó, la mejor forma de ayudar es quitarse de en medio. Así que empezó a despedirse.

—No te avergüences —dijo dirigiendo una mirada dulce a Sally—. Yo me ahogué con un osito de goma. No se puede ser más inepto que eso.

—Charlotte, ¿qué estás haciendo aquí en realidad? —preguntó Mary, algo más interesada esta vez.

—A lo mejor ha venido a darnos clase —conjeturó Sally.

—Oh, no, qué va, no estoy cualificada —dijo Charlotte—. Todavía me falta mucho

Una oleada de murmullos acompañó a Damen y Scarlet de camino a la cafetería, igual que a una pareja de famosos. Ya se había acostumbrado a ignorar la conmoción que la rodeaba durante su relación con Petula. Pero Scarlet siempre había odiado llamar la atención, un hecho que no había visto sino incrementado en grado e intensidad des del Baile de Bienvenida.

Las cámaras de los móviles inmortalizaban el momento y los expertos en SMS compartían la noticia en tiempo real con estos compañeros de los primeros cursos que nunca habían visto a Damen en carne y huesos. Era surrealista, incluso para los profesores a los que llegó el rumor y asomaron la cabeza por la puerta de sus atestadas clases para verlo con sus propios ojos. Era como mirar directamente el sol.

Damen y Scarlet se hicieron con un par de sillas en un rincón de la cafetería y se sentaron muy juntos. Scarlet parecía un poco tensa con él, como si anduviese buscando pelea. Conocía muy bien esa mirada pues era la que ella le había dedicado cada vez que él pasaba por su casa para recoger a Petula, tiempo atrás. Pensó que tal vez sólo estuviese irritada por el ajetreo de admiradores que, desde el extremo opuesto del comedor, trataban de espiarlos.

Mientras pensaba en qué hacer para ayudarla a que se relajara, reparó en que iba vestida con un conjunto que se había comprado la última vez que él había estado en Hawthorne y salieron de compras los dos juntos. Damen incluso había intervenido en su elección. Pensó que aquello podía servirle para romper el hielo.

—Estas guapísima —susurró Damen, buscando la mano de ella.

En cualquier otra circunstancia, un halago suyo habría significado todo para Scarlet, pero en ese momento no hizo sino reafirmar todo cuanto a ella empezaba a disgustarle de sí misma.

—Gracias –dijo desdeñosa—. Lo elegiste tú, ¿no?

A pesar de su actitud hacia él, Scarlet adoraba el conjunto y el hecho de que hubiese elegido él, que era la razón por la que se habían puesto. Pero en aquel momento se le antojaba un mono de cárcel.

—Bonita camisa —dijo ella refiriéndose a la camisa de algodón de cuadros
Tipo Oxford de Damen, mientras retiraba su mano de la de él—. ¿Vas al Club de Debate o qué?

—¿Qué te pasa? —preguntó desconcertado.

—¿Y a ti? –Le interrogó ella con sorna—. Universitario.

—Soy universitario —le recordó Damen deseando distender la situación—. ¿Es que te avergüenzo o algo así?

Scarlet no tenía ni idea de cuáles eran sus sentimientos ni de por qué estaba tan intratable, pero hizo un esfuerzo por contenerse.

—No —dijo avergonzada por aquel ataque sin justificación—. Claro que no.

—Pues me has tenido preocupado por un minuto. —Damen dejó escapar un suspiró y sonrió.

Él sí que la tenía preocupada a ella todavía, pensó Scarlet.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con un tono más cortante que el que utilizaba minutos antes en el pasillo.

—He venido a pedirte que me acompañes al Baile de graduación —dijo él con cara de palo.

—Anda, mira qué gracia —espetó Scarlet, cruzándose de brazos mientras contaba los segundos dando golpecitos con el índice—. Todavía estoy esperando.

Lo del baile había sido una broma, pero no por ella pudo Damen evitar sentirse un poco dolido por la displicencia con que Scarlet había acogido la oferta.

—Has ganado —dijo lleno de orgullo.

—¿Ganado? —preguntó ella muy confundida—. Has conseguido un empleo con Publishers Clearing House?

—No —respondió con una risita, a la vez que se imaginaba a sí mismo llamando a la puerta de alguna pobre anciana con un equipo de grabación y un cheque tamaño natural—. Eres finalista del concurso de composición de letras para canciones para la emisora INDY 95

—¿Y no tiene uno que presentar algo, no sé, para ganar? —preguntó Scarlet con creciente ansiedad en la voz.

—O… —presumió Damen— que lo presenten por ti.

—¿Damen? —Le interrogó Scarlet con un tono acosador, él mismo que habría utilizado con un niño que acabase de romper un jarrón—. Dime que no lo has hecho.

—No se ha hecho público todavía —continuó Damen con entusiasmo, prefiriendo ignorar la mueca de desaprobación que mostraba ahora el rostro de ella—. Así que no digas nada de momento, ¿vale?

—Y, entonces… ¿cómo lo sabes? —preguntó Scarlet con cautela, deseando que no fuera más que una bromita suya.

—Tengo información privilegiada —se chuleó Damen—, ¡ahora que trabajo como becario en la emisora!

—Y de todos los lugares en los que podías hacer prácticas, ¿elegiste este? Podrías estar en cualquier otro sitio habiendo algo bueno de verdad.

Damen no se podía creer que Scarlet estuviera restando importancia a su éxito. A los dos les encantaba la emisora y, trabajar en ella era algo en que apenas si habrían podido soñar siquiera. Como mínimo, pensó Scarlet, debería haberse alegrado de que él fuera a pasar allí el resto del trimestre.

—No quiero estar en cualquier otro sitio, quiero estar contigo –dijo Damen—, creía que tú querías lo mismo.

Ahora Scarlet, sí que no sabía que decir, pero su silencio lo decía todo para él, alto y claro. Y la cosa no mejoró en absoluto cuando ella se decidió al fin hablar.

—Estoy tan harta de que creas que sabes lo que quiero —dijo ella.

Él se sintió como si la estuviesen acosando, como si ella no le quisiera tener cerca. Ahora lo tenía muy claro, pero no acababa de entender la razón.

—Scarlet, ¿estás con otro? —preguntó.

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