dissabte, 5 de març del 2011

Ghostgirl 3 - Lovesick - Capitulo 14




Capítulo XIV: Dulce Aguijón

Me hablas como desde la distancia 
y yo respondo con impresiones escogidas
de otro tiempo.
-Brian Eno


***
Con las suposiciones muere toda la relación.
Si piensas que sabes lo que sucede en la cabeza del otro, piénsalo de nuevo. Creemos que el amor nos otorga el poder de leer la mente del otro, cuando en realidad lo único que hacemos es leernos la nuestra. Qué duda cabe de que constituye un excelente mecanismo de defensa, si bien no puede reemplazar a la comunicación real. La mejor forma de saber lo que de verdad sucede en la cabeza de otra es también la más arriesgada: preguntárselo a él.
***
Charlotte estaba de nuevo a solas con Damen, su única compañía mientras atendía las líneas de teléfono de la emisora de radio durante el turno de noche. Atender no era la palabra acertada, para ser precisos, puesto que la luz del panel tendría que haberse iluminado alguna vez. Más bien, observaba las líneas de teléfono. Charlotte conocía de sobra esa sensación desde sus primero días en la plataforma telefónica para becarios, pero sabía también que, con un poco de paciencia, al final siempre sucedía algo.


No era ningún secreto que hubo un tiempo en el que habría sido capaz de matar a un animalito con tal de estar así de cerca de Damen en un locutorio privado insonorizado durante su noche radiofónica. Pero ahora las cosas eran muy distintas. Aun cuando nunca podría olvidar del todo las palpitaciones y las punzadas de su primer amor, sus días de enamoramiento adolescente hacía mucho que quedaron atrás. Aquel anhelo cargado de amargura que sintiera por Damen cuando aún vivía había sido reemplazado ahora por un sentimiento de sencilla y arcaica tristeza. No porque ella quisiera, sino porque Scarlet, al parecer, no lo hacía.


Allí estaba él, sentado ante la consola, tratando desesperadamente de trasladar al papel unos cuantos pensamientos que pudieran llegar hasta ella como no lo conseguían sus palabras. Quería que supiera lo que sentía por ella, que jamás había sido su intención cambiarla. Que la amaba por lo que era y por lo que iba a ser.


Charlotte lo miraba impotente, un testigo mudo de su descorazonador conflicto. Damen estaba en un momento vulnerable y doloroso, y a ella le afligía verle así. Empezó a sentirse como la amiga que juega a dos bandas, salvo que ella no había entrado en la cancha aún.


Él era su asignación, de modo que estaba claro que si la habían enviado allí era para que lo ayudase de algún modo. Salvar su relación con Scarlet no era una hipótesis ni mucho menos descabellada, pensó. Cuando ella todavía estaba en Muertología, había guiado la mano de él por las casillas correctas para que aprobase un examen de Física, pero de ahí a arrancar sus emociones del corazón para plasmarlas en la página… le pareció que aquello sobrepasaba sus poderes, por espectrales que fueran.


Pero para ayudarle tendría antes que arriesgar el pellejo, por así decirlo. Tenía que hallar la manera de que él notase su presencia sin asustarle demasiado.


De pronto, la luz que parpadeaba en la consola interrumpió el hilo de sus estratagemas y Damen entró en acción de un bote igual que un calienta banquillos que ha de sustituir a un jugador lesionado. Tenía uno en vivo, literalmente.


—INDY-noventa-y-cinco, somos la diferencia, ¿qué pasa contigo? —susurró con la voz más rasposa y grave que le salió.


La línea estaba ocupada pero en silencio.


—¿Hola? —preguntó él, elevando un poco la voz.


En esta ocasión alcanzó a escuchar un lloriqueo al otro lado de la línea.


—¿Cómo te llamas? —preguntó Damen con delicadeza.


—Anais —dijo ella, todavía llorosa—. ¿Y tú?


—Damen —contestó él, adoptando una vez más su tono de voz radiofónico—. Tu servicial anfitrión de esta noche en “¿Qué pasa contigo?”.


—Lo que me pasa es mi novio —dijo la interlocutora con franqueza.


—De acuerdo —respondió Damen un poco nervioso.


No estaba ni mucho menos preparado para esa clase de llamada. El primer trimestre había pasado el curso de psicología con un aprobado raspado y era incapaz de escribirle una carta a su propia novia, ¿cómo iba a consolar entonces a la de otro? Charlotte, por otro lado, intuyó que se le presentaba una oportunidad y realizó una llamada por su cuenta.


—¿Polly? —preguntó Charlotte, llamando telepáticamente a la oficina de becarios—. Me tienes que conectar con una persona.


—Ya sabía yo que no aguantarías —dijo Polly—. Las llamadas de contactos sexuales esporádicos están libres de cargo, en teoría, pero al final pasan factura, así que sé un poco selectiva, amiga.


—No, no es esa clase de llamada —dijo Charlotte, para decepción de Polly—. Escucha, ¿hay alguien por ahí conectado a una chica que se llama Anais?


—Sí, yo misma —dijo Polly, muy intrigada —. ¿Por?


—Oh, por nada, es que la conozco —dijo Charlotte—. ¿Te importaría transferirme la llamada?


—Como quieras —dijo Polly—. Pero es un caso perdido, es de las que llaman a programas nocturnos buscando consejo sentimental y todo ese rollo.


A Charlotte no le interesaba tanto poner palabras en boca de Anais como meterse en la cabeza de Damen.


—Bueno, entonces, ¿me la pasas?


—Es un placer —confirmó Polly con una risilla—. No hagas nada que yo no haría.


Ese era un consejo que estaba decidida a ignorar, pero era todo un detalle que Polly se mostrase tan cooperativa. Charlotte daba por descontado que ella habría sido mucho más celosa de su territorio.


—Querías hablarnos —dijo Damen, a la vez que levantaba la mano del botón silenciador y se aclaraba la garganta—, de tu novio, ¿no es así?


—Es un tío genial —dijo Anais, mucho más risueña de pronto—. Pero no creo que en realidad me aprecie.


—¿Y qué te lleva a decir eso? —preguntó Damen, a quien ahora empezaba a picarle la curiosidad.


—Siento que no le gusto tal y como soy —informó ella—. No sé, es como si quisiera que fuese algo que no soy.


—¿Te ha pedido él que cambies? —preguntó Damen.


—No —contestó ella—. Pero tampoco no me lo ha pedido.


Una forma estrambótica de plantearlo, pensó Damen.


—¿Y no serían imaginaciones tuyas? —respondió quitándole importancia—. Ya sabes, fruto de alguna que otra inseguridad.


¡No, no puede haberle dicho a una chica que es todo fruto de su imaginación! Charlotte estaba desesperada por llegar hasta él, pero sólo daba palos de ciego. Era como bailar con un chico que únicamente se sabe un paso. Así las cosas, decidió tomar la iniciativa.


—No me estás escuchando —dijo—. Si yo lo siento como real, entonces es real.


Aquello provocó a Damen, intentando procesar lo que ella le decía. Él veía a las mujeres y las relaciones con ellas de forma muy literal, por así decirlo. Con ellas todo era o bueno o malos, o verdadero o falso; las zonas grises no eran su especialidad. Entonces trató de buscar una experiencia propia comparable a la situación.


—Una vez conocí a una chica que intentó cambiarse por completo —contó Damen—. Y te aseguro que no le fue nada bien.


—¿Y qué? —dijo Anais, sin tener muy claro hacia dónde derivaba la conversación.


—Pues que nadie le pidió que cambiase —dijo Damen—. Era inteligente, dulce y servicial.


—¿Servicial? —interrogó Charlotte, arrojando algo más de sí mima a la charla—. Ni que fuera una mascota.


Ahora sólo podía pensar en que él había olvidado decir bonita. Aquello se estaba tornando en algo personal.


—Lo que digo —aclaró Damen—, es que ella estaba bien tal cual era.


—Tal vez ella no lo viese del mismo modo —se defendió Anais—. No se puede ir por ahí diciéndoles a los demás lo que deben sentir.


—Cierto —arguyó Damen—, pero tampoco se le puede echar la culpa a los demás de cómo te sientes o de las elecciones que tomas.


—Las decisiones no nacen de la nada —espetó Anais, con Charlotte asomándose más y más a sus palabras—. Sólo podemos reaccionar a lo que la gente piensa de nosotros.


—Uno no puede saber nunca lo que en realidad pretenden los demás —sugirió Damen, echando mano a cuanto recordaba de sus clases de ética del primer trimestre—. Es muy fácil equivocarse.


—¿Así que la chica esa que conociste se lo imaginó todo? —insistió Charlotte.


—No —continuó Damen—, pero existía un abismo entre la realidad y su percepción de esta.


—¿Y qué le paso? ¿Se precipitó al vacío? —dijo ella.


—No te creas que es tan difícil —concluyó él.


Charlotte se sentía honrada y apabullada a la vez porque Damen recurriese a ella para exponer su argumento, pero su análisis se veía empañado por su enorme carga de razonamientos adquiridos antes. Por supuesto que nadie le había pedido que cambiase. Nadie se había fijado lo suficiente para molestarse en pedírselo. La conversación estaba sacando a la superficie un montón de malos recuerdos enterrados, por así decirlo, desde hacía mucho tiempo.


—La gente espera de ti que te comportes de un modo determinado —dijo ella—, que luzcas un aspecto determinado, que pienses de una forma determinada. De otro modo se niegan a aceptarte.


—Entonces no merece la pena molestarse en impresionarlos —dijo Damen con sencillez—. Quienes de verdad te quieren no pretenderán jamás que cambies por ellos.


—Para ti es muy fácil decirlo —dejó caer Charlotte—. Tienes cuanto podrías desear: una pinta genial, un cuerpo genial, una novia genial, una camiseta genial.


Damen echó un vistazo a su alrededor, sintiéndose observado. ¿Qué sabía su interlocutora sobre él o su vida? Charlotte podía captar su desazón.


—¿Te conozco de algo? —dijo Damen.


—Debes de tenerlo todo programado —dijo ella, haciendo caso omiso de la pregunta—. Después de todo, estás en la radio.


—No tengo nada programado ni para mí ni para nadie más —prosiguió él—. Pero yo diría que tu novio te quiere tal como eres. Gracias por tu llamada.


Damen estaba chorreando sudor cuando colgó. Se preguntó si no habría estado un poco petulante con aquella chica. Es más, se preguntó si no había estado un tanto petulante con Scarlet últimamente.


Charlotte tampoco las tenía todas consigo con respecto a la llamada. Se trataba de la primera conversación de verdad que tenía con Damen. La impresión que se llevaba de él era buena, estaba claro que había acertado en lo referente a su formalidad, lealtad y sentido común innatos, pero también sintió que la invadía cierta melancolía a causa de todos aquellos cambios que se había autoinfligido. Tal vez lo hubiese conquistado por sus propios méritos, después de todo. Y haber vivido feliz para siempre. Con suerte, Anais no cometería los mismos errores.


Lo más importante que sacaba en claro, pensó, y de ello no tenía duda alguna, era que Damen amaba a Scarlet tal cual era. El problema radicaba en conseguir que Scarlet lo creyese.

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