dissabte, 5 de març del 2011

Ghostgirl 3 - Lovesick - Capitulo 12




Capítulo XII: Ardiendo desde el Interior

¿Quién va a hacer que te olvide
y te borre de mi mente?
Podría estar por ahí rompiendo corazones
Si tú no estuvieses rompiéndome aún el mío.
-Kirsty MacColl


***
Ni mucho menos más sabía.
La sabiduría está sobrevalorada. La Enemiga acérrima del exceso y la prisa, se nos presenta como la llave a cuanto es verdad, correcto y equilibrado. Sin la intemperancia ni la impulsividad, no obstante, resultaría del todo innecesaria y, de hecho, sólo se adquiere a partir del comportamiento errático. Tanto es así que, si aspiras a ser sabio algún día, es indispensable pasarse la vida haciendo estupideces.
***
—Ya veo que has hecho un hueco en la agenda para humillarte en público —le dijo Petula a Wendy Anderson cuando la vio acercarse por el pasillo con una desaliñada camiseta punk vintage.


Al inspeccionarla más de cerca, Petula reparó en que se trataba de una de las camisetas que Scarlet había desechado y que ella había regalado a alguien en la calle. Se le cayó el alma a los pies. Las Wendys estaban a punto de transformarse en un par de chivatas de labios brillantes con efecto mojado.


—¿Te gusta mi camiseta nueva, o mejor dicho, vieja? —dijo Wendy Anderson mirando a Petula directamente a los ojos, algo que no hacía sino muy rara vez.


—Se acabó —dijo Wendy Thomas—. Dentro de poco, todo el mundo sabrá lo bajo que has caído.


—Pues llevo años rebajándome a estar con vosotras y no parece que a nadie le haya importado —contestó Petula en tono cortante.


Las Wendys intentaron esquivar el golpe pero no pudieron evitar que las alcanzara la metralla verbal de Petula.


—Si os ponéis a divulgar mentiras sobre mí, comenzaré a contar verdades sobre vosotras dos.


Petula estaba al tanto de lo fácil que era despistar a las Wendys, de su particular susceptibilidad a la psicología inversa, y de que cuanto más las desafiara, más rápido se echarían atrás, y probablemente volverse una contra la otra.


—¿Qué verdades? —interrogó Wendy Thomas.


—Exacto —dijo Petula, consciente de que no tenía nada que pudiese emplear contra las chicas, pero imaginándose que las Wendys ya darían con algo con lo que acusarse la una a la otra más tarde.


Las Wendys empezaron a mirarse de reojo, recelosas, tal como era de esperar.


—La verdad, me encantaría tener un cociente de inteligencia más bajo para poder disfrutar mejor de vuestra compañía —les dijo Petula a las dos mientras echaba hacia atrás la cabeza para recalcar sus palabras.


Las Wendys se lo tomaron como algo personal dado que Petula siempre había puesto en tela de juicio la precisión de esta clase de sistemas de puntuación. Es más, opinaba que lo único que aportaba una medida sobre la inteligencia eran los resultados en la vida real. Así había entrenado a las Wendys en el arte de utilizar sus dotes anatómicas para atraer la atención como un medio para conseguir las más altas notas posibles. Petula se refería a estas dotes como sus “curvas de aprendizaje”.


—Últimas noticias —anunció Wendy Thomas—. Los test estandarizados son un falso indicador de la capacidad intelectual.


Para variar, Petula se dio cuenta de que la observación de Wendy tenía su peso. Había hecho bien los deberes. Demasiado bien.


—Y aun así —añadió Wendy Anderson—, no somos tan tontas como para no reconocer a una futura indigente al verla.


Tiró de la camiseta descartada hacia abajo, estirándola para que Petula pudiera verla con claridad.


—¿Y qué? —Insistió Petula—. ¿Eso es todo?


—No, yo te puedo dar algo más —oyó que decía una voz a su espalda.


Petula se dio media vuelta para ver a Darcy exhibiendo una sonrisita y manipulando el botón de avance de su cámara digital. Petula se la quedó mirando atónita mientras Darcy la sorteaba y se unía a las Wendys completando la formación en uve.


—Pero ¿qué es esto? —Petula pasó revista al trío, los brazos en jarras—. ¿Un casting de dobles o qué?


Si de eso se trataba, ni siquiera Petula podía por menos de reconocer que habían hecho un buen trabajo. Darcy poseía muchas de las cualidades de Petula y todos los rasgos que a ella le gustaba apreciar en sus seguidoras, salvo uno: no era un perrito faldero. Petula estaba fascinada ante aquel ataque tan directo a su persona.


—Tu no nos reemplazas —bramó Wendy Anderson mientras la hacía reparar en Darcy con un gesto. Como si fuera un frigorífico nuevo en un concurso diurno-. ¡Nosotras te sustituimos a ti!


—Lo que haga o deje de hacer —respondió Petula recalcando cada palabra— es un asunto mío.


—Me callé lo de tu engaño —dijo Wendy Thomas enfurruñada.


—Ni siquiera estás saliendo con alguien —agregó Wendy Anderson para desprestigiarla—. Todo el mundo lo sabe.


Petula se las quedó mirando, sin salir de su asombro.


—No es sólo asunto tuyo —intervino Darcy en defensa de las Wendys—. Ellas también tienen que responder por ello.


A juzgar por la multitud de críos que se agolpaban a su alrededor, la mayoría de los cuales miraban a Petula con una mezcla de confusión y condescendencia que ella no había experimentado jamás, Darcy no andaba muy desencaminada. Con todo, Petula decidió seguir mostrando su indignación echando mano a una táctica de defensa a prueba de fuego, la manida “¿y qué?”.


—Pues llevadme a juicio, putas —bramó Petula, mostrándoles el dedo antes de alejarse.


—También es una idea —señaló Darcy a sus descorazonadas nuevas discípulas.

Damen quería ver a Scarlet, pero era demasiado tarde, así que decidió sacar la vena romántica, acercarse de hurtadillas y darle una sorpresa. Se aproximó a la casa, con Charlotte, todavía echando humo por la escenita que había presenciado entre Scarlet y Eric un momento antes, sin él saberlo. A través de la ventana, podía verla tumbada en la cama escuchando música y hojeando un libro, como siempre. El estruendo con que brotaban los temas de sus auriculares hacía que ella no reparase en nada, ni siquiera en la presencia de Damen y Charlotte, que la observaban desde el otro lado de la ventana.


Damen permaneció así durante un minuto, admirándola, y Charlotte detectó en su mirada un amor autentico y genuino. Ella había deseado durante mucho tiempo que la observaran de aquella forma, que la adorasen, y pensó que tal vez hubiese emprendido ya el camino hacia aquel territorio inexplorado con Eric. Ahora, resultaba toda una ironía que, de entre todas las personas, pudiese ser Scarlet el obstáculo que le bloqueara el paso en aquel viaje.


Damen dio unos golpecitos en el cristal, pero Scarlet no podía oírle con la música a todo volumen. Como no deseaba llamar más fuerte y alertar a su madre o a Petula, aguardó, sintiéndose un tanto estúpido, a que la canción terminase. Aprovechando el corto silencio, volvió a golpear la ventana y, finalmente, logró captar su atención. Un espectáculo insólito, casi patético pensó Charlotte. Se sentía demasiado incómoda para quedarse y demasiado intrigada para irse.


—¿Quién anda ahí? —preguntó Scarlet a la vez que cerraba el libro de golpe y saltaba de la cama.


Damen se limitó a sonreír, ajeno por completo al hecho de que no era el primer chaval que sorprendía a Scarlet ese día, esperando una cálida bienvenida.


—Por poco me matas del susto —se quejó ella— ¿Por qué no me has enviado un SMS avisándome de que venias?


—Te quería der una sorpresa —contestó él.


—¿Qué sorpresa? ¿Un infarto?


¿Es que no se ha enterado todavía de que tus sorpresas no están funcionando del todo bien? pensó Scarlet.


—Solo quería verte —dijo Damen.


—Dale, entra antes de que te vea mi madre y te arranque un órgano nunca antes visto hasta la fecha.


Damen trepó al interior y la observó.


—¿Es que ya estamos en Halloween? —bromeó.


—¿Qué?


—La camiseta —dijo él refiriéndose a la camiseta de un grupo de música que ella llevaba puesta.


—Anda, mira qué gracia, pues antes te gustaba —le espetó ella.


Charlotte sabía a qué conducía todo aquello, o al menos eso creía, y más importante aún, sabía el por qué.


Scarlet llevaba puesta una de sus viejas camisetas de grupos musicales, los Plasmatics, pero había recortado la parte superior y las mangas transformándola en un top, con un tirante asimétrico que lo mantenía en su sitio cruzándole el pecho y cosido a la espalda. Su viejo yo luchaba por recuperar su lugar. Y estaba ganando.


—Pero, ¿qué mosca te ha picado? —preguntó Damen, desconcertado por el reproche.


—Tú —contestó ella.


—Estas sacando las cosas de quicio —se explicó Damen, sin mucho tacto—. Solo he dicho eso porque hace tiempo que no te pones esas camisetas, y he pensado que a lo mejor las habías vuelto a utilizar por alguna razón.


—Pues la hay, sí —dijo ella mordiéndose el labio para no desahogarse del todo.


Era casi como si Scarlet quisiera forzar una reacción suya para poder contarle todo lo que pensaba. Como si buscase recrear una discusión que ya había mantenido (y ganado) en su mente. Charlotte deseaba que hubiese algo que ella pudiera hacer. Se sentía tan… impotente.


—Perdona, no sabía que este puesto de acecho estuviera ocupado —oyó que decía una voz desde la oscuridad.


Era Eric. Emergió desde detrás del árbol y se presentó ante Charlotte.


—Me estaba preguntando por donde andarías —dijo ella, a modo de interrogación y reprimenda a un tiempo.


—Vaya, ¿de modo que es así como pasas las noches?


—Pues no; me las paso con él —respondió ella refiriéndose a Damen—. Pero se ve que así es como tú te pasas las tuyas.


—¿Por qué hacemos esto? —preguntó Eric— ¿En serio estás celosa de una chica viva?


—No —contestó Charlotte de modo poco convincente.


El comentario de él no hacía más que empeorar las cosas, y el hecho de que hubiese sacado a Scarlet a colación era la prueba, concluyó Charlotte, de que él tenía algo que ocultar.


Sabía que no podía pasar nada, pero que sintiese algo por Scarlet no dejaba de dolerle, tanto o más que si su relación fuera posible.


—Venga ya, esto es absurdo —dijo Eric con displicencia—. Yo no morí por ella como tú lo hiciste por él. No lo olvides.


—Haces que suene tan… —comenzó Charlotte.


—¿Veraz? —continuó él, completando el pensamiento de ella.

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