divendres, 29 d’abril del 2011

Nevermore - cap 7

Capítulo VI - Remolino


Era extraño.

Después de no hablar con Brad para el resto de la noche, Isobel regresó a la escuela a la mañana siguiente para encontrarlo en su casillero, y con la ayuda de una bolsa de besos de Hershey's, todo se arreglaría. Una vez más.


Después de eso, siempre y cuando nadie trajera a colación el incidente del dentista (o la palabra con V), las cosas parecían volver a la normalidad. El resto de esa semana parecía deslizarse más allá sin más fusiones nucleares, y todos comieron el almuerzo juntos de nuevo, quejándose de los tacos del terror y las hamburguesas hirvientes. Nikki incluso había calentado las cosas al llamarla el jueves en la noche para preguntarle sobre el esmalte de uñas dorado que le había prestado, luego de lanzarse a una diatriba acerca de si debía o no deshacerse de Marcos y hacer su movimiento con el chico lindo de química.


Ella y Brad estuvieron aún mejor. Parecía que lo único que había necesitado realmente era una oportunidad de enfriar las cosas en relación al asunto con Varen. Por supuesto, ella todavía no había descubierto qué hacer para lograr aprobar en la clase de Swanson, pero tal vez si hablaba con él el lunes, y le decía que su horario conflictuaba demasiado con el de Varen, entonces él le daría un proyecto independiente o la dejaría unirse a uno de los otros grupos. Si le decía que habían tratado de cumplir y conocerse, pero que no parecía que eso fuera a funcionar, bueno, eso era sobre todo la verdad. Y de esa manera, ninguno de ellos tendría ninguna culpa.


Era mejor así, se dijo. Era mejor para los dos si sólo se mantenían alejados el uno del otro. Y cada vez que se sorprendía a sí misma pensando en él, en cómo él le había deslizado esa nota, cómo sonaba su voz en el teléfono o cuan concentrado se veía el día en que escribió en su mano, ella empujaba sus pensamientos lejos y trataba de pensar en otra cosa. Cualquier otra cosa. Era solo que le había despertado su curiosidad. Eso era todo. Sólo eso y nada más.


Ella tuvo que admitir, sin embargo, que estaba un poco desconcertada en relación al equipo. Ella no se quejaba, pero al mismo tiempo, le extrañaba que todo aparentemente hubiera sido perdonado, siempre y cuando no se presentase de nuevo. Había llegado a esperar ese tipo de cosas de Nikki, pero incluso Alyssa estaba súper agradable en estos días. Al final, Isobel lo atribuyó a que todo el mundo se había emocionado por el juego -que, por supuesto, Trenton ganó. Brad incluso hizo un pase de touchdown en el segundo cuarto.


La rutina de su escuadra en el medio tiempo se había ido sin problemas también. Isobel había recibido su giro perfecto con la gloria de las estrellas girando en el cielo claro de otoño, con las luces del estadio a todo dar, sumiéndola en su remolino caleidoscópico.


Así era como se suponía que la escuela secundaria tenía que ser.


Después del partido, Brad propuso una ronda de helado de la victoria, y todos se amontonaron en su Mustang, sus ventanas decoradas con las palabras VAMOS HALCONES, y MUERAN OSOS, MUERAN. Isobel tomó el asiento de adelante junto a Brad, mientras que Alyssa, Nikki, y Mark se hacinaron en la parte posterior. Stevie, quejándose de su tobillo, se quedó atrás para reforzarlo, y dijo que podría reunirse con ellos más tarde.


—Hey, Nikki—, dijo Brad, estirando un brazo hacia el asiento trasero. —Dame eso, ¿puedes?


—Lo tengo—, dijo Alyssa, pasándole un suéter azul que les era familiar.


—Aquí. — Brad miró a Isobel deliberadamente, suéter en la mano. —Dejaste esto el lunes en el asiento trasero.


—Oh—, dijo ella, ruborizándose al recordar cómo había llegado allí en primer lugar. Dobló el jersey por encima de su regazo. —Gracias.


—No hay de qué.


Isobel le envió una mirada de soslayo curioso.


Él la miró otro segundo y le guiñó un ojo sin sonreír, luego se volvió hacia el encendido. El motor rugió. —Muy bien, gente—, dijo sobre el sonido del auto. —Vamos a tomar un helado—. Puso el coche en marcha. —Yo conozco el lugar.


Terminaron en una pequeña tienda llamada Postre Island. El letrero en la parte de afuera mostraba un montón de helado que parecía una pequeña isla sentado en un mar de salsa de chocolate, con una palmera que sobresalía de la media. Isobel se preguntó por qué habían ido allí en vez de ir a Greater's, que era el lugar más cercano a la escuela, pero lo descartó apenas se acercó a la tienda.


El sonido de unas campanillas anunció su entrada a través de la puerta.
En el interior, la tienda era pequeña con asientos dispersos. Esto, junto con la decoración de “hágalo usted mismo” y la pizarra de menú, daban al lugar una sensación muy acogedora, como de sus propios dueños.


En lo alto, música de tambores de acero cursi gorjeaban suavemente sobre el sistema de altavoces. Toda la decoración seguía un tema tropical: pintorescas sillas con patas de bambú rodeaban las mesas de mimbre, cada una de ellas con una concha de caracol en el centro. A lo largo de las paredes, un mural pintado a mano en expansión representaba una escena junto al mar: una playa con arena, palmeras y aves tropicales tanto apostadas como desplegando su plumaje mientras estaban suspendidas en vuelo.


No había nadie detrás del mostrador, pero el letrero de neón con la palabra “abierto” en la ventana brillaba en rosado eléctrico y la puerta del personal que llevaba a la parte de atrás estaba entornada, como si alguien se hubiera apoyado en ella para abrirla.


Parecía como si ellos cinco fueran los únicos clientes.


—Hey—, dijo Brad, a través del mostrador. Tocó la campana de servicio, y su ‘ting’ se escuchó por encima de la estridente música de isla. — ¿Hay alguien aquí?—


Isobel se acercó al cristal de la vitrina, mirando para encontrar los habituales sabores favoritos, mezclados con las más atrevidas combinaciones como Locura de Mocha y Macadamia, Bliss piña, y guayaba Go-Go.


Por un momento pensó en darle una oportunidad al “Ron Rosa chocante mientras pueda” pero al final decidió por defecto a su favorito de todos los tiempos “Remolino Banana Fudge”.


—Sí, ¿Podría tener una copa con una bola de Frambuesa y Chocolate Blanco?—Preguntó Nikki con dulzura.


—Malteada de Chocolate—, agregó Brad.


—Sí, lo mismo aquí—, dijo Mark. —Alyssa, ¿qué quieres?


—No sé todavía, dame un segundo. Tiene que ser bueno.


— ¿Ya sabes lo que quieres, Izo?— ella oyó a Brad preguntar. — ¿Lo de siempre?


Isobel vagaba por la larga fila de contenedores, donde sus amigos estaban esperando, repasando con un dedo las pequeñas placas rectangulares que describen cada helado. —Sí, supongo que sí.


—Y una copa de banana fudge. —


Isobel apoyó la cadera suavemente contra la suave y humeante caja de helados. Miró a través del vidrio, pensando en el juego y en lo bien que la rutina había salido. De hecho, todo lo que realmente se necesitaba hacer antes de los Nacionales era fortalecer la sección media, perfeccionar el segmento de caer, y hacer algunos ajustes en el final de la pirámide. Por supuesto, siempre podría agudizar sus giros, y si lograba trabajar en su aterrizaje para llegar una fracción de segundo antes, estaría en perfecta sincronía.


Isobel oyó el clic de las teclas de la caja registradora, y su mirada se desvió a mirar fuera de foco la etiqueta con el nombre del empleado de la tienda.


VAREN, leyó, en voluminosas letras góticas.


Isobel se quedó inmóvil, los ojos fijos en el nombre de esa etiqueta. Su sonrisa desapareció. Su boca se secó al instante. Una sensación de hormigueo en sus piernas y brazos apagó la felicidad de la noche, extendiendo su camino hacia la parte baja del estómago, donde se congeló en un charco de inquietud.


A regañadientes, ella levantó la mirada.


A pesar de que había leído el nombre en la etiqueta, todavía fue un choque levantar la vista y encontrarlo mirando fijamente.


Por primera vez, a causa de la visera verde que llevaba, ella pudo ver con claridad su rostro, sus ojos.


Se quedaron fijos en ella, manteniendo una expresión indescifrable.


Hubiera sido mejor, pensó, si la hubiera mirado con odio.


— ¿Hoy?— Dijo Brad golpeando el mostrador entre ellos, sacando a Isobel de su shock.
Detrás de ella, oyó reírse a Mark y Alyssa.


Todo estaba sucediendo en cámara lenta de nuevo. La mirada de Varen se detuvo en ella mientras se daba la vuelta. Ella vio como su mano, con elegante destreza, alcanzaba un contenedor detrás del mostrador y sacaba de un envase con agua una cucharilla plateada de servir helado.


A pesar de su estruendo, ella sintió como su corazón se desplomaba al darse cuenta de lo que estaba pasando, lo que sus amigos iban a hacer, lo que estaban haciendo.


—Brad—, dijo, y giró hacia él justo a tiempo para verlo tomar de un dispensador una pajilla al estilo soda-shop. Los tubos multicolores se fueron derramando sobre el mostrador y detrás de él, algunos de los cuales aterrizaron en los contenedores de helado abiertos, el resto golpeaba el suelo, haciendo pequeños sonidos de ‘pop’ mientras rebotaban en el linóleo.


—Uy.


—Brad, eres torpe—, susurró Alyssa.


— ¿Qué puedo decir?— Brad se encogió de hombros. —Soy un huracán.


Isobel miró en silencio las pajillas derramadas mientras Varen ahora de pie, se inclinaba para raspar el fondo de uno de los botes de helado bajo la atenta mirada de Nikki, que se puso de puntillas para mirar.


—Asegúrate de no tocar nada de eso—, dijo ella, con las manos apretadas contra el vidrio, dejando sus huellas marcadas como grandes manchas de crema para manos. Él se enderezó, empacando con cuidado el helado en un vaso de papel pequeño adornado con palmeras. Justo antes de terminar, Nikki golpeó el cristal como si fuera un tanque de peces.


—Hey, “perdóname”—, dijo. —He cambiado de parecer.


Él alzó los ojos.


—Prefiero Canela.


—No tenemos…


—Entonces no quiero nada—. Ella se encogió de hombros y se movió lejos de lo que él ya había preparado.


Isobel se quería como morir. Ella acaba de morir. Pero si decía algo, si intentaba detenerlos, sabía que todo el mundo iba a volver a odiarla. ¿Podría Brad romper con ella? Con seguridad tendría que por lo menos dejar el equipo.


El zumbido de la licuadora cortó el silencio.


—Brad—. Ella se giró y se dirigió hacia la puerta. —Yo quiero ir a casa.


—Claro que sí, Izo—, gritó, —Solo déjame obtener mi malteada—. Él tocó en el mostrador.
— ¿Podemos apresurar esa malteada allá atrás?


Isobel volvió los ojos a Nikki, sólo para ver una petulante sonrisa de Cheshire pegada en su cara, los brazos cruzados, la mirada fija en los ventiladores de techo de palma. El darse cuenta la hirió. Habían estado juntos en esto. Sintió que la traición la quemaba, y los dedos le picaban formando sus puños.


Varen colocó la primera malteada en el mostrador, cerca de la registradora. Brad la tomó.


Ella observó en silencio como Brad le entregaba con una sacudida el batido a Mark, quien lo tomó y lo tiró al suelo. La tapa de plástico se salió en el impacto, las salpicaduras de la mezcla de helado marrón volaron por el piso y las mesas y sillas cercanas.


— ¡Hey!—, Gritó Isobel, marchando hasta Mark y dándole un empujón en el hombro.


— ¡Hey tú, Iz! Relájate. Fue sólo un accidente. Además, el conde Fagula tiene un trapeador allá en alguna parte, estoy seguro.


—Lo tiene en su pequeño delantal verde—, intervino Brad, haciendo que ambos estallaran en carcajadas.


—Largo—, gruñó Isobel, señalando a la puerta.


—No puedo—. Suspiró Brad. Mientras hablaba, caminaba hacia el congelador de la tienda, abrió la puerta y sacó un envase de helado. —Todavía faltan los Banana Fudge y un par de malteadas—.


— ¡Oye, Brad, por aquí!—, Gritó Mark, aplaudiendo y levantando sus manos como si tratara de un pase de futbol.


Una mirada salvaje se apoderó de Brad. — ¡Pase largo!— dijo. Agarró la pinta como una pelota de fútbol, se echó hacia atrás, preparándose para el lanzamiento. Mark se echó a reír y se retiró hasta la puerta del frente, su ojo en el medio litro.


— ¡No! No! —Isobel gritó.


Brad tiró la pinta. Alyssa chilló y se agachó. Nikki se aplastó contra el cristal de la pantalla.
El cartón se precipitó a través del aire hacia Mark, quien la dejó caer en el último segundo, haciendo que la pinta se rompiera contra el mural pintado en la pared detrás de él. La caja de cartón aplastada se deslizó hacia abajo y cayó al suelo, dejando un símbolo de color marrón de Rocky Road, en medio de una cacatúa.


Isobel giró en busca de Varen, sólo para ver a Brad levantar el divisor de bisagras e introducirse a sí mismo detrás del mostrador. Se deslizó hasta la registradora y, con dedos expertos, tocó una serie de botones que hicieron que la caja del efectivo se abriera. Metió su gran mano, e Isobel boquiabierta, observó como tomaba un fajo de billetes de veinte.
Fue entonces cuando Varen se movió.


Él se acercó lo suficiente como para llegar a por el dinero, lo suficientemente cerca como para arañar su espalda. Mientras ocurría la escena, un terror enfermo tomó el corazón de Isobel, apretando ferozmente sus manos. Ella sintió su cuerpo estremecerse mientras Brad lo empujaba. Varen se tambaleó hacia atrás, levantando las manos con las palmas abiertas, en un gesto de retirada.


No era lo que Brad quería.


Su rostro se desfiguró y cerró su puño. Echó su brazo hacia atrás como una serpiente pitón preparada para atacar.


Sin pensar, sin saber lo que estaba haciendo, Isobel se acercó a él. Ella se estrelló con fuerza contra Brad, luchando por su brazo. Perdiendo el equilibrio, Brad dejó caer el dinero. Antes de que pudiera sostenerse, la mano de ella lo golpeó. Ella le dio una bofetada, y el ‘crack’ de la palma de su mano contra la mandíbula de Brad dividió la habitación.


Todo quedó en silencio, excepto por la música suave de tambor de acero y el murmullo del congelador de la tienda. Brad la miró fijamente, la ira fija en sus ojos, haciendo que se le quemaran con un brillo anormal, como dos supernovas a punto de explotar.


—Largo—, dijo ella, silbando las palabras entre los dientes. Ella no podía recordar haber estado así de enojada con nada ni nadie nunca antes en su vida. Podía sentirse a sí misma temblando, como una bomba de tiempo. Tragó saliva, estrangulando el impulso de golpearlo de nuevo. — ¡He dicho que fuera!


Nikki fue la primera en salir. Isobel lo supo porque podía oír ese sonido tch, seguido por el tintineo de las campanillas de la puerta. Alguien más la siguió, pero Isobel no pudo ver si fue Mark o Alyssa, porque estaba demasiado ocupada mirando los agujeros en su ex-novio. Cuando finalmente oyó un tercer tintineo de campanillas, ella estabilizó su voz y habló de forma tranquila y lenta.


—Nunca vuelvas a dirigirme la palabra.




Brad le lanzó una mirada larga y dura, como si esperara que ella se retractase de sus palabras. Como ella no lo hizo, él finalmente entendió la señal de que habían terminado, y pasó junto a ella. Se alisó la mano por el pelo mientras se dirigía a la puerta, tirando de un paquete arrugado de cigarrillos del bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros, como si nada le hubiera pasado, como si no le importara de una manera u otra.


Hizo una pausa antes de llegar a la puerta, lo suficiente como para tirar un pedazo de papel doblado que había extraído del bolsillo de su chaqueta en una de las pequeñas mesas de mimbre marrón.


La campanilla de la puerta sonó por cuarta vez.


Sólo cuando Brad estuvo fuera de la tienda, Isobel sintió que los temblores comenzaron a disminuir.


Ella miró a su alrededor, pero Varen había desaparecido.


Se inclinó para recuperar el dinero, con sus dedos temblorosos los colocó dentro del cajón de la registradora y lo cerró a empujones, como si pudiera contener lo que había ido mal. Ella se aferró a los lados de la registradora y se quedó mirando las teclas numéricas, tratando de centrarse, tratando de decidir si el aquí y el ahora era demasiado imposible para ser real.
Ella se estremeció cuando las luces de los faros de Brad se deslizaron a través de las ventanas del frente, tan brillantes como lámparas de búsqueda.


Dio un giro violento, chirriando los neumáticos. Isobel cerró los ojos. Ella escuchó cómo salía del estacionamiento, la explosión de su silenciador modificado sonó como un rugido antes de desaparecer en la noche.


Adormecida, se dio la vuelta en un círculo lento, abriendo los ojos de nuevo a la destrucción a su alrededor. Sillas volteadas, helado derretido en el suelo, y todavía no había señal de Varen.
Ella se estremeció, superada por algo parecido al alivio. No podría enfrentarlo en ese momento. No podía mirarlo de frente nunca más. No después de esto.


Moviéndose por impulso, Isobel se apresuró a la puerta.


Con sus manos sobre la barra para abrirla, se detuvo, su mirada fue capturada por la mesa, con la hoja de papel doblada.


Brad la había dejado allí. De repente se dio cuenta de lo que era. Era la nota de Varen, la nota que le había escrito para advertirle, la que se había metido en el bolsillo de su suéter.


El suéter que había dejado en el coche de Brad.

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