dimarts, 12 d’abril del 2011

Nevermore - cap 3

Capítulo III - Después de las nueve

— ¿Quieres que me reúna con el equipo en lo de Zot? — preguntó Brad, en lo que sacaba el automóvil del estacionamiento, uniéndose al flujo de tráfico.


—Se suponía que cenaría con mis padres esta noche— mintió Isobel, inclinándose en su asiento para mirar por la ventana del lado del pasajero. Sabía que estaba haciendo lo que todas las chicas, con la clásica táctica de: 'deberías saber por qué estoy loca' pero no le importaba.


—¿Vas a invitarme? — preguntó él, sin molestarse en encender el señalero cuando alcanzaron la esquina.


—No—.


—Oh— dijo él —de acuerdo—.


Eso era todo. Ella se volvió en su asiento para mirarlo. —¿Qué fue lo que Nikki te dijo? — inquirió, decidiendo dejar ir toda la charla del baile e ir al grano.


—Nikki no dijo nada— respondió él, doblando. Alzó la mano para bajar su visera de sol, y el paquete de Camels cayó en su regazo. Isobel bufó y volvió a mirar por la ventana. Odiaba cuando él fumaba, y últimamente se había vuelto más que una simple calada después de la escuela.


—Mark me lo dijo— Dijo él.


Desde luego, pensó Isobel. Ahora todo tenía sentido. Después del almuerzo, Nikki debía habérselo dicho a Mark, quien, siendo el mejor amigo de Brad, debía haberle ido con el chisme en algún momento antes de la práctica. Lucía casi como el preescolar. Conecta los puntitos y descubre qué se forma.


—Escucha, — dijo Isobel, —es mi pareja para hacer un proyecto estúpido, eso es todo. Él tampoco quiere trabajar conmigo, así que sólo... déjalo en paz—.


—¿Así que él escribió su número en tu mano?” preguntó Brad, su expresión oscureciéndose, giró en otra esquina, esta vez demasiado bruscamente. Issobel se aferró a su asiento. Una de las manos de Brad dejó el volante para deslizar un Camel fuera de su paquete.
—No importa. Sólo llévame a casa—.


— ¿Querrías calmarte? — gruñó. Encontró su encendedor entre los asientos, y abrió la tapa de metal, sosteniendo la llama contra el cigarrillo. —Lo único que le dije fue que no te hablara— murmuró, el cigarrillo  moviéndose entre sus labios apretados.


Cerró el encendedor   y lo lanzó al asiento trasero, tomando una larga calada del cigarrillo antes de retornar las dos manos al volante.


Isobel golpeó el botón para abrir su ventana.


—¿Qué? — preguntó él otra vez, una sonrisa divertida asomándose en sus labios. 


—Discúlpame si no me gusta que ese raro que usa colmillos de vampiro falsos escriba en mi novia—.


Isobel lo miró. Él simplemente se encogió de hombros otra vez, como si se excusara o algo. Ella cruzó sus brazos y miró fijamente al frente, decidiendo que lo mejor sería aplicar la ley del silencio. Él sólo sonrió como si pensara que ella estaba siendo adorable.


Luego de aparcar en la entrada, Brad salió, como siempre lo hacía, para abrirle la puerta del auto. Esta vez, sin embargo, Isobel la abrió por sí misma. La cerró con un portazo, el ¡bang! haciendo eco a través del vecindario.


— ¡Oye! — dijo él —¿Qué rayos? —


Ella lo ignoró y marchó hasta la entrada de su casa sin una palabra.


—¡Izo! — llamó —¡Bebé! —


Fue la diversión, la risa contenida en su voz lo que hizo que su enojo aumentara. Isobel se paró frente a la puerta, rehusándose a permitir que él la hiciera admitir que estaba siendo algo exagerada.


—De acuerdo. Está bien— dijo él —Entonces supongo que sólo debo dejar tus cosas en el porche? —


Ella se detuvo, y luego se volvió para ver a Brad parado frente a su Mustang, con la puerta abierta, y señalando su bolsa del gimnasio que se encontraba dentro, con una sonrisa de estrella de cine en su cara. Abandonando el caminero, ella marchó a través del patio, tomó su bolsa de un zarpaso.
—Ooh— dijo él, con un guiño.


—Brad, — dijo ella —no tenías que hacer eso—.


—Aw, vamos, Iz, yo sólo le hablé. Escuchaste lo que le dije—.


— ¡Te escuché amenazarlo! —


—No lo amenacé—.  Él rió otra vez, sacudiendo su cabeza como si pensara que ella necesitaba anteojos o un audífono, o un chequeo mental.


—Adiós— dijo Isobel, y caminó una vez más hasta su puerta.


—De acuerdo, bebé— suspiró él —te amo también—


Isobel forzó a sus labios a sellarse. Por más que quisiera, no le respondería. Sabía que él sólo estaba probando obtener una respuesta.


—Bien, — dijo entonces —Dile a tus padres que les envío saludos—.


Isobel abrió la puerta y entró en su casa. Él gritó tras ella.


—Si cambias de idea, sabes dónde estaremos—


Cerró la puerta tras de sí y dejó caer su bolsa en el recibidor. Se paró, inmóvil, hasta que oyó la puerta de Brad cerrarse. Se volvió, lista para empujar la puerta de nuevo, y hablarle antes de que se fuera, pero el motor zumbó y él se fue, con la música a un alto volumen.


***
—No entiendo lo que ves en este juego— murmuró, masticando su último pedazo de pizza. Sus padres habían salido esa noche, dejándola sola con Danny, cuyos enteros 12 años de existencia habían girado en torno a su colección de video juegos, consolas, e imperios RPG en línea. —Es la misma cosa una y otra vez, sólo cambia el escenario—.


—No, no lo es— dijo Danny, y siguió manipulando el control hacia la derecha, como si eso haría que la figura en la pantalla saltara más lejos.


Isobel entrecerró los ojos al ver que su hermano seguía vistiendo su uniforme de escuela. No podía creer que él ni siquiera se había molestado en cambiarse cuando llegó a casa.
En vez de eso, como siempre, se había instalado frente al televisor.


— ¿Cuál es la diferencia, entonces? — ella preguntó, sólo mitad interesada en la respuesta.


—Cada nivel es más difícil— él explicó, inclinándose haica la izquiera mientras trataba que la figura en la pantalla hiciera lo mismo. —Duh. Y eventualmente tengo que enfrentar a Zorbithus Klax—


Isobel miró hacia abajo, a su mano, a las pálidas líneas violetas que de alguna manera se habían quedado en su mano.


—Eso suena como el nombre de alguna enfermedad—.


—Tu cara es una enfermedad. Ahora cállate para que pueda concentrarme—.


Isobel puso los ojos en blanco. Recostó su cabeza contra su mano, su codo descansando en el brazo del sofá, y ojeó el celular rosa metálico, que había dejado en la mesita, junto al control remoto.


Seguía allí, silencioso y calmo bajo el brillo de la lámpara. Lo había traído abajo después de recargar la batería, solo en caso de que Nikki, la traidora, le mandara un mensaje de texto.


O en caso de que Brad llamara.


A pesar de eso, no podía sacar aquello de su mente. La forma en que Varen la había mirado en el pasillo. Probablemente había pensado que ella se lo había dicho todo a Brad, sólo para vengarse de él. De seguro había pensado que ella había corrido junto a él y que le había mostrado su mano, diciendo: —Ve por él—


Isobel pasó sus dedos por la palma de su mano con gesto ausente,  sobre el lugar donde había escrito.  Si se concentraba, todavía podía sentir la sensación del lápiz, el peso de su mano, el filo de la punta.


Recostando su peso contra las almohadas, metió un pulgar dentro de su remera, mordiendo el cuello, enervada de nuevo por el recuerdo.


¿Seguían ellos juntos para el proyecto?


Sus ojos cayeron sobre el teléfono de nuevo y se quedaron allí.


Finalmente se paró.


—No quemes la casa, — le espetó a Danny, agarrando su celular. Abrió la tapa mientras entraba en la cocina, escrutando los dígitos en su mano -o al menos lo que quedaba de ellos. ¿Ese último era un cero o un nueve? Decidió probar, presionando los botones correspondientes.


El teléfono sonó del otro lado. Y sonó... y sonó.


—¿Hola? — la voz suave y dulce de una mujer contestó. Esta debe ser su madre, pensó Isobel, admitiendo para sí misma que había esperado un tono más grave.


—Oh, sí. ¿Puedo hablar con-?— miró hacia arriba, donde se encontraba el reloj digital de la cocina. Las nueve y media. Jadeó.


—¿Hola? — preguntó la voz.


—Oh, yo- lo siento— Isobel dijo, recordando lo que él había dicho sobre llamar después de las nueve. Automáticamente, su pulgar presionó el botón de colgar.  El teléfono murió. Por un momento, ella sostuvo el celular en su mano, mirándolo. Era algo extraño para decir, ahora que lo pensaba: No llames después de las nueve. ¿Qué quería decir aquello, no llames después de las nueve? ¿Qué pasaba a las nueve? ¿Era a esa hora que él se retiraba a su tumba? ¿Era alguna extraña regla de sus padres o suya propia? ¿Por qué era tan raro? Isobel caminó de nuevo al salón, solo para encontrar a Danny justo donde lo había dejado, con las luces del televisor cambiando a un anaranjado rojizo y una voz malvada que clamaba victoria de fondo.


— ¡Hombre! — él gruñó, y tiró el control hacia el centro.


— ¡Oye! — Isobel gritó —¡Cuidado! —


Él la ignoró, agarrando el control de nuevo, como si quisiera reconciliarse con él. 


Isobel volvió a sentarse en el sofá y miró cómo recomenzaba el juego


—¿No podemos ver tele o algo? — Preguntó con un suspiro.


—¡Noo! — él gruñó.


—Danny, has estado jugando esa cosa sin parar— ella alcanzó el control remoto.


— ¡No lo hagas! — él se levantó y le quitó el control. Isobel dejó caer su teléfono en la mesita.


—Hablo en serio, Danny, ¿qué no tienes tarea, o amigos, o algo? — preguntó quitándole el control otra vez.


—¿No las tienes tú? — gritó él, quitándoselo de nuevo.


Su teléfono sonó. Danny dejó el control remoto y agarró su celular.


—¿Hola? —


Isobel trató de agarrar su celular, pero Danny, con reflejos mayores de los que ella lo creía capaz, lo deslizó lejos de su alcance.


—Sí, seguro, — dijo él —un momento—. Sonriendo, meneó el teléfono. —Es tu novio! —
Isobel saltó del sofá contra su hermano, lista para la batalla. Nadie se metía con sus llamadas.


—Intercambio— dijo él, retrocediendo, sosteniendo el teléfono detrás de sí.


—Ugh. ¡Eres un chantajista! —  tiró el control remoto a la alfombra. Él soltó el teléfono y se lanzó  por el control. Isobel lo agarró entre sus dos manos, y oyó la música del videojuego empezar de nuevo.


Presionó el celular contra su oreja, bloqueando el otro oído con un dedo.


— ¿Brad? —


—No— dijo la voz fría del otro lado.


Un trueno empezó en su pecho.


— ¿Cómo conseguiste mi número? —


—Relájate— su tono fue de frío a glacial. —Mi teléfono tiene identificador. Tú me llamaste—.


—Oh, — ella dijo. ¿Oh? Miró rápidamente a su hermano, y luego salió de la habitación y del escándalo sonoro. —Bueno, escucha, — dijo entonces, volviendo a lo que originalmente planeaba decir. —Yo sólo quería que supieras que no le dije a Brad acerca de lo del número—.


—No pensaba que lo hicieses tú, — dijo él, como si él fuese el que estaba aclarando las cosas. —Si no hay nada más, tú no eres mi tipo—


Su boca se abrió de golpe.


—Oh, sí— dijo ella, tratando de ignorar el calor que subía por su cuello. Se sentía como si de un momento a otro fuera a tirar el teléfono contra la pared. ¿Quién se creía que era este chico? — Yo nunca dije que pensara que tú—


—Mira, alguien se sintió amenazado—.


—Escucha, yo le hablé sobre eso, — dijo ella, las palabras saliendo de forma rápida y ruda. Odiaba el tono que usaba, que lo hacía parecer tan desinteresado. —Él sólo se pone así—.


—Bueno, creo que no importa mientras te tenga a ti para pedir disculpas en su lugar..—


Ahora la estaba volviendo loca.


—¿Sabes lo que-?— pero él no la dejó terminar.


—Si no vas a dejar el proyecto, yo estaré en la biblioteca principal mañana, — dijo, su voz se silenció de pronto.


Isobel oyó unos sonidos del otro lado, como si él se estuviese moviendo.


—Después de la una—.


—Pero es Sábado—.


—Cristo, — él susurró, —tienes que estar bromeando—.


Isobel empezó a decir 'de acuerdo', lo que sea, que lo encontraría. Pero pausó, sin embargo, al sonido de alguien llamándolo en el fondo-un hombre. —No importa— él espetó —Lo haré yo solo.


La línea se cortó. Isobel se mordió el interior de las mejillas con fuerza. Quería hacer puré del teléfono o tirarlo en el excusado.


—¡Apágalo! — le gritó a Danny cuando entraba al salón. —Me voy a dormir—.


—No puedo oírte— él dijo sobre su hombro.


Isobel subió las escaleras, sus pasos golpeando fuerte. ¿Cuál era su tipo, entonces?


 ¿El cadáver de la novia de Frankenstein?

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