divendres, 29 d’abril del 2011

Nevermore - cap 6

Capítulo VI - Cosas invisibles


Isobel no había querido ir a la práctica ese día. No después del episodio en el almuerzo. Pero teniendo un juego el viernes, no tenía elección. Si hubiese faltado, no solo el equipo se habría molestado, sino probablemente todo el escuadrón lo hiciera.
Ellos habían estado trabajando en su rutina por meses, y ella era indispensable en la mayoría de los grandes saltos. Además, estaba esa pequeña regla de la entrenadora: “Pierde una práctica y pierdes un juego.”


Isobel puso una mano en el hombro de Nikki y la otra en el de Alyssa, y sacudió sus zapatillas hasta colocarlas en sus manos, literalmente dejándose en manos de personas que ahora la odiaban.


Aún así, esa era la única forma de obtener la retribución del día, y no iba a rendirse. Tenías que ser pequeña y fuerte para ser saltadora, y mientras que Nikki tenía piernas demasiado largas, Alyssa, en cambio, simplemente nunca fue capaz de ir suficientemente alto.


Isobel se preparó para el levantamiento.


Ellas la elevaron, y el suelo se alejó con rapidez. Sintió cómo se extendía hacia arriba, como el capullo de una flor, en dirección al sol, sus raíces debajo, estancadas en tierra.


La entrenadora gritó el conteo en lo que ella se estiraba.


—Cuatro, cinco, — y ellas la bajaron un poco hacia abajo, preparándola para el salto.


— ¡Seis! — La lanzaron al aire. ¡Sí!


Girando una vez, dos veces, el mundo se convirtió en un caleidoscopio rotatorio de caras borrosas, y brillantes luces azul y oro. Una última vuelta rápida, y sintió que la atrapaban. Cayó en la posición V, un brazo sobre la espalda de Nikki, y el otro sobre Alyssa. Ellas la dejaron en el piso.


—Eso estuvo bien, Iz— dijo la Entrenadora, sonando un poco más relajada.


—Manténganlo así. Ahora que lo tienen, manténganlo—. Un gruñido colectivo se oyó del escuadrón. —De acuerdo. Esta vez con la música, chicos y chicas—.


Isobel se colocó bien los shorts de práctica y se puso en su lugar mientras la Entrenadora Anne iba a pelear con el reproductor de CD, su cabello grisáceo y frizado moviéndose con cada paso, y sus zapatos resonando contra el suelo del gimnasio.


Nikki fue rápido a su lugar, directamente detrás de Isobel, quien pudo sentir los ojos de Nikki cincelando la parte trasera de su cráneo.


Cuando la música empezó, Isobel dio media vuelta para mirar directamente a Nikki, cuyos normalmente alegres ojos brillaban fríos como el hielo.


— ¿Por qué mentiste sobre eso? — susurró.


Bueno, pensó Isobel, al menos parecía que estaban en términos de hablar de nuevo. La introducción dio lugar al aumento de volumen de la música, y extendieron sus brazos mientras golpeaban el suelo con los talones.


— ¡Porque tú corres y cuentas todo! —


— ¡No cuando es importante! —


—¿Sí? ¿¡Y tú eres la que decide cuándo algo es importante!? —


Realmente no era factible hablar mucho más que eso. La música electrónica aumentó de velocidad y cada beat se volvió una patada, un giro o un salto. A la entrenadora le gustaba que las formas cambiaran rápidamente, así que se movieron en varias formas, rompiéndose, cambiando y haciendo nuevas figuras.


Cuando llegó el momento del gran salto de Isobel, las bases se pararon listas para ella. ¡Cuatro, cinco, arriba! Dos rápidos giros vinieron justo a tiempo con el “Woo-hoo!” del vocalista, pero en el medio de la segunda vuelta, Isobel pensó ver algo en los espejos del gimnasio. Una figura oscura. La miró un segundo-alguien parado en la entrada del gimnasio. Sólo consiguió un rápido vistazo de una forma borrosa, pero quienquiera que fuera, había estado vistiendo algo que lucía como un sombrero negro y… ¿una capa?


Cayó en posición y estuvo de pie otra vez, de cara a las puertas del gimnasio, que ahora estaban vacías.


Isobel volvió a mirar a los espejos, sus ojos entrecerrándose al ver el reflejo de la entrada vacía, olvidando que se suponía que debía cambiar posiciones para la siguiente formación, cuando Stephanie Dorbon la empujó. Isobel golpeó el suelo fuertemente y el dolor del golpe de la semana pasada reapareció con un gruñido. Ella reprimió un sollozo, apretando fuerte los dientes.


A su alrededor, la rutina entera se detuvo. La música paró.


— ¿Qué rayos sucedió? — gritó la entrenadora, su cara redonda enrojeciéndose mientras se abría paso hasta donde Isobel estaba sentada y donde Stephanie se hallaba parada justo a su lado, abrazándose a sí misma como si quisiera escapar de la culpa en ese segundo.


—Me caí— dijo Isobel para relevar la ansiedad de Stephanie. Se levantó y sintió al escuadrón murmurar, dejando los restos de su dignidad chocar y morir contra el suelo. Cruzó los brazos sobre su pecho y lanzó una rápida mirada a las puertas del gimnasio otra vez.


Vacías. Ella habría jurado…


—¡Vamos, gente! — gritó la entrenadora. Se inclinó sobre una de sus caderas -siempre una mala señal. —Esto es peligroso. Miren. Estamos sobre la línea. ¡Presten atención! No quiero huesos rotos, narices sangrantes o padres llorosos, ¿de acuerdo? De acuerdo. Intentaremos otra vez mañana. Vayan a casa—. Batió una mano como restándole importancia y todo el mundo se volvió, murmurando, a tomar sus bolsas de gimnasio y sus botellas de agua.


Cuando Alyssa pasó al lado de Isobel, le murmuró, —Vas genial, albatros—.
Isobel se tragó sus propios comentarios. Fue hacia los bancos a agarrar su bolsa, tomándola de entre dos bancos. Se sentía como si fuera a lanzarse al tráfico y ver un automóvil pasarle encima.


—Isobel— dijo la Entrenadora, parándose detrás de ella. —Tú te quedas. Tenemos que hablar—. Se alejó rápidamente y fue hacia el reproductor de CD mientras los chicos se alejaban de los espejos.


Isobel cerró los ojos, manteniéndolos así por tres segundos completos.


¿Podía ese día- podía ese año empeorar un poco más?


Dejó caer su bolsa y fue hacia los bancos, mirando a todos los demás salir en fila por la puerta. Nikki le ofreció sólo una mirada antes de apresurarse tras Alyssa.


Isobel puso sus manos sobre su cara y se enfocó en sus zapatillas con rayas azules y amarillas. Estaba más enojada que triste. Después de haber llorado en el almuerzo ese día, había tenido suficiente de tristeza o al menos, de dejar que la gente la viera triste. Era más fácil simplemente volverse loca. Tal vez estaba perdiendo el toque.


— ¿Qué está sucediendo, cariño? Es tiempo de hablar— dijo la Entrenadora, sentándose a su lado. La madera y el hierro crujieron bajo su peso.


—Sólo me distraje— murmuró Isobel. Miró hacia las puertas del gimnasio, que seguían vacías.


Miró a sus manos otra vez, y se sacó una mugre inexistente de debajo de sus uñas.


—De acuerdo—, dijo la Entrenadora. —Entonces, ¿lo mismo que te distrajo hoy te distrajo el viernes pasado? Eso son dos caídas en dos semanas—. La entrenadora gesticuló con dos dedos como si pensara que Isobel necesitaba un recordatorio.


—Para ti, eso no es normal—.


—Lo sé. Es -no es nada, — insistió Isobel. —Yo sólo…— se le quebró la voz. ¿Ella sólo qué? ¿Diría algo que realmente no estaba allí? Oh, sí, eso era rogar por una llamada a casa.


—Bien—, dijo la entrenadora, terminando con el incómodo silencio. —Escuché que estabas triste hoy en el almuerzo. ¿Tiene eso que ver con todo esto? —


Isobel sintió sus mejillas enrojecer en dos ascuas de fuego, e involuntariamente llevó una mano a su sien. ¿Acaso todo el mundo sabía del episodio del almuerzo?


—Escucha, Isobel—, empezó la entrenadora, inclinándose hacia adelante, con los codos sobre las rodillas. —No tienes que decirme nada. Sólo estoy tratando de entender a mi mejor saltadora. Eso es todo—.


Isobel asintió mirando al suelo. Apreciaba su elogio. Se sentía bien ser reconocida, pero al mismo tiempo, no podía pensar en alguna forma de responder. Podía decir que lo haría mejor. Podía decir cualquier cosa. Pero con la Entrenadora, las palabras nunca iban tan lejos como las acciones. Ella sólo tenía que hacerlo mejor la próxima vez. Tendría que dejar de lado toda la mierda, olvidarlo todo por un rato, y simplemente concentrarse.


—Hey— la Entrenadora le palmeó la espalda.


Isobel levantó la cabeza, y se congeló. Brad estaba parado en las puertas del gimnasio, su chaqueta sobre uno de sus hombros, su enrulado, espeso cabello húmedo y oscurecido por las duchas.


A su lado, la Entrenadora se paró, y los bancos volvieron a crujir.


—Será mejor que te deje ir— dijo —Parece que aquí hay alguien que quiere verte—.


—Lárgate—. Isobel se forzó a sí misma a mirarlo directamente y decirlo. La había seguido todo el camino del gimnasio a su casillero, siempre con esa sonrisa socarrona, los labios curvados hacia un lado.


Y ese gesto combinado con su cabello húmedo que caía sobre su cara era muy sexy.
Isobel se alejó de él, haciendo su mejor esfuerzo por recordar la combinación de su casillero, pero paró cuando él lo marcó por ella.


Ella le apartó la mano de un golpe y marcó el resto de los números sola, haciendo una nota mental de cambiar su combinación más tarde.


Cuando agarró la manija, la puerta se atoró, y antes de que pudiera pararlo, Brad le dio a la esquina izquiera una patada. La puerta se abrió.


— ¡Dije que te largaras! — ella gruñó.


Primero tomó sus libros, los que había dejado todo el fin de semana, decidiendo que haría su tarea de álgebra esa noche, desde que no tenía más amigos con los que salir. Luego estiró la mano para agarrar su abrigo, sólo para encontrar que había desaparecido en el pequeño hoyo adentro. Parpadeó, luego intentó agarrarlo del cuello, pero Brad lo alcanzó primero.


—¡Detente! — le quitó el sweater y puso sus libros debajo de su brazo en el proceso.
Él se paró ahí, mirando, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Furiosa, Isobel cerró de un golpe la puerta de su casillero, se echó su bolsa al hombro y marchó hacia las puertas delanteras.


—Justo tengo que ir hacia esa dirección— él dijo —¿No quieres que te lleve a casa?—.


—No—.


Isobel abrió la puerta con la cadera. Un golpe de aire frío y húmedo chocó contra su cara, desordenando su cabello mientras se deslizaba hacia afuera al caminero de concreto.


Los árboles del patio extendían sus brazos como si quisieran advertirla sobre algo. Unas pocas hojas secas volaron con el viento.


Podía llamar a su mamá, pensó, pero los Lunes eran sus noches de yoga, así que probablemente ya tendría el teléfono apagado. Por supuesto que podía llamar a su papá. Él de seguro ya había llegado a casa del trabajo, pero entonces tendría que enfrentar un interrogatorio centrado en Brad, desde que él era quien usualmente la llevaba a casa.


Miró sobre su hombro a Brad.


Levantando una ceja hacia ella, él meneó las llaves de su auto.


Isobel adoraba la forma en que el rostro de Brad se sentía después de haberse afeitado esa mañana, suave pero no completamente impecable. Había una dureza debajo de su piel que a ella le gustaba sentir en las yemas de sus dedos y con su mejilla cuando se besaban, una sensación como de lija suave. Ella respiró cuando su boca tocó la suya, saboreando el aroma de su colonia, especiada y suave al mismo tiempo.


Afuera, los relámpagos giraban.


La llovizna cubría los vidrios del Mustang de Brad, mientras la radio zumbaba suavemente en una estación de música pop.


En su camino a la casa de Isobel, Brad había torcido camino hacia el cementerio Cherokee abandonado. Había dicho que quería hablar, pero hasta ahora habían actuado más que hablado.


Pero eso estaba bien con Isobel. Estaba lista para que las cosas volvieran a la normalidad, y si eso quería decir simplemente olvidar todo el asunto y fingir que nunca había sucedido, eso estaba más que bien para ella.


Sintió las manos de Brad deslizarse por sus hombros, metiéndose entre su sweater y su remera, empujando el abrigo hacia atrás. Isobel se encogió de hombros para ayudarlo. A pesar de la baja temperatura de afuera, se estaba muy bien dentro del auto.


—Mmm, ¿Brad? — ella murmuró bajo su boca.


Él gruñó en respuesta, liberándola del sweater para luego lanzarlo hacia atrás.
Los asientos de piel crujieron cuando él se inclinó más cerca de ella, sus manos viajando más abajo.


—Mm, ¿qué hora es? — preguntó Isobel, tomando su mano y guiándola lejos de su camino original hacia su pecho, colocándola sobre su cintura.


Él emitió un sonido parecido a un —No lo sé—, sus manos aventurándose hacia arriba otra vez.


— ¡Brad! — ella se zafó de su agarre, tratando de sonar molesta, pero tuvo que reír ante su persistencia. Él sonrió a través del beso y le pinchó el costado suavemente, haciéndole cosquillas.


—Brad, tengo que ir a casa— ella insistió entre risas —Probablemente ya son las siete—.


—Sólo estás poniendo excusas—, él susurró, todo tierno y suave.


Ella cerró los ojos, sellando sus labios, peleando contra la seducción.


—sólo tratando de escapar para ver a tu nuevo novio—.


Isobel se quedó paralizada.


Sabía que él estaba bromeando, pero las palabras aún así se las arreglaron para hacerla enfurecer.


Ella no iba a dejarlo pasar esta vez. Se sentía como haber aterrizado bruscamente en tierra después de estar volando en una ráfaga de viento. Ella se separó de él y lo empujó otra vez. Él se inclinó hacia atrás para mirarla.


—Te dije— dijo Isobel —que no era así—.


Él la observó por un largo momento antes de colocarse de nuevo en su asiento. Luego miró al frente.


—Bien— dijo — ¿entonces por qué diablos te molestas tanto por eso? —


—No estoy molesta. Quiero decir- Yo sólo-— Isobel no podía creerlo. Ellos estaban bien sólo dos segundos antes. Estiró la mano hacia él, que la sacudió.


— ¿Podrías despertar, Isobel? La forma en que te mira, es como si no pudiera esperar para hacértelo! —
— ¡Brad! ¡Oh, por Dios! —


—Tú no lo entiendes, Iz. Es un raro. ¿Una chica como tú? Tú no puedes hablarle a un chico como ese sin que él piense que se ganó la jodida lotería! —


Ella pensó en decirle que Varen le había aclarado que ella no era su tipo. Pero era una mala idea, viendo que eso probablemente podría llevar a Brad a su modo de el Increíble Hulk, completo, con el cuello palpitante y los ojos de psicópata.


—No voy a trabajar más con él en el proyecto, ¿de acuerdo? — dijo rápidamente, colocando un mechón de su pelo detrás de su oreja.


—Me disculparás si no estoy exactamente seguro de haber escuchado eso. Ponte el cinturón de seguridad—.


Volteando, Isobel agarró el cinturón y lo deslizó sobre su regazo. Después del click del seguro, Brad martilló el acelerador con su pie. Isobel se abrazó a sí misma. Las ruedas traseras levantaron una capa de grava en lo que el Mustang giró hacia la autopista.

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