dilluns, 28 de febrer del 2011

Ghostgirl 3 - Lovesick - Capitulo 2




Capítulo II: Besos de mi parte


Susurra un sí, di que te quedarás,
guarda mi corazón a la espera de tiempos mejores.
-Bat for Lashes


A veces tienes que ir por tu cuenta.
***
Quien no arriesga no gana. Como un kamikaze, hay ocasiones en que no queda más remedio que renunciar a la vida que conoces por un fin más noble. El precio puede ser muy elevado, para tu corazón, alma y reputación. El resultado puede merecer o no la pena, imposible saberlo, y en realidad es irrelevante. Porque lo que le reconforta a uno, en definitiva, es tener la certeza de que hay cosas por las que merece la pena hacer un sacrificio.
***

—Charlotte —sonó con dulzura una voz—, es hora de despertarse.

¿Despertarse?, pensó Charlotte, todavía grogui inmersa en el sueño.

Era aquélla una voz dulce y familiar, una voz que ella había archivado tanto en la memoria como en el corazón pero que, no obstante, apenas alcanzaba a traspasar la muralla de sueño que había levantado a su alrededor. Parecía provenir, a la vez, de todas y de ninguna parte en particular. Más que oírla, la sentía, y de un tiempo a esta parte, desde su creciente propensión a quedarse dormida, venía “sintiéndola” con mayor frecuencia.

—Venga —reclamó la voz con algo más de insistencia—. Vas a llegar tarde.

Al despertar, Charlotte se dio cuenta de que, en realidad, lo que hacía no era dormir, sino más bien descansar. Claro que no era descanso físico lo que buscaba, dicha necesidad se había esfumado con su vida, sino mental. Se sentía más feliz que nunca, si bien inquieta, nerviosa y preocupada a la vez, igual que se siente uno cuando se acerca un cambio importante.

Era la misma sensación de alivio y expectación que la embargaba todos los años a final de curso. Adiós lápices, adiós libros. Adiós profesores, compañeros, monitores de sala, camareras de cafetería, chóferes de autobús o miradas asesinas. Llegaba el verano, tan lleno de libertad y de posibilidades. Ahora, la única diferencia era que el verano podía durar para siempre. Es más, ella contaba con que así fuera.

—¡Charlotte Usher! ¡Levántate ahora mismo!

Los ojos de Charlotte se abrieron de par en par, como accionados en un resorte. Paseó la vista por la estancia y emitió un suspiro de alivio.

Sigo aquí. Pensó Charlotte. Todo sigue aquí.

Cada mañana se repetía la misma historia. Oía la voz y a continuación se preguntaba si esta era real o si no sería todo un sueño absurdo. De haber estado aún viva, es posible que hubiese creído que estaba volviéndose loca, pero lo bueno de estar muerta era que no tenía que preocuparse de perder la cabeza. Así que lo mismo daba.

Tal vez se debiera sólo, pensó Charlotte, a que no estaba acostumbrada a ser feliz, después de haber pasado tanto tiempo deseando ser querida, incluso sufriendo. Aunque todo hay que decirlo, tampoco es que estuviese eufórica todo el tiempo. El reencuentro con sus padres había sido maravilloso, por supuesto, pero también había traído aparejadas ciertas desventajas. Ella, que se había acostumbrado a estar sola y que valoraba su autonomía por encima de todas las cosas, veía ahora cómo últimamente ésta se había convertido, cada vez más, en una fuente de conflicto. Ahora debía rendir cuenta de cuánto hacía, no sólo a sus padres, sino también a su supervisor, Markov, y a los histéricos interlocutores del centro de llamadas. Eran demasiados cambios para procesar.

—¡Charlotte! —sonó la voz de nuevo, aunque esta vez en un tono más que real.

—¡Ya estoy levantada! —chilló, retirando las sábanas a un lado.

Últimamente, lo único que hacía más soportable tener que levantarse cada mañana era la certeza de que todo acabaría pronto: los madrugones, las deprimentes llamadas telefónicas y la responsabilidad. Aquél era su último día en la oficina de becarios de la otra vida.

—Charlotte, cielo —le dijo su madre, mientras se sentaba en su cama—, no sé, ¿te encuentras bien?

Su madre ansiaba ofrecer sus consejos a la primera ocasión; era consciente de que se había perdido una vida entera para hacerlo, pero había aprendido a no presionarla demasiado. No habían experimentado los conflictos diarios que asolan a más de una relación madre-hija, pero eso no quería decir que Charlotte no tuviese aún un almacén repleto de bultos emocionales pendientes de desempaquetar. Y buena parte de ellos eran de índole familiar.

Charlotte apartó la vista muy despacio de la ventana para mirarla.

—¿Mamá? —preguntó, como si quisiera oírse pronunciar aquella palabra pero no estuviese aún acostumbrada a ello.

—¿Sí, monina? —respondió Eileen solícita y con sólo un leve trazo de preocupación en la voz. Intentaba compensarla por una vida entera sin términos cariñosos, lo cual a menudo resultaba en epítetos de lo más cursis.

Charlotte respiró hondo y abrió los ojos como platos.

—Nada, —dijo, y se fue apresuradamente hacia la puerta—. Te quiero.

—Y yo a ti —oyó que respondía Eileen a su espalda, antes de que la puerta de entrada atajase sus despedidas y la conversación al cerrarse.

***


De camino a la oficina, Charlotte pasó a recoger a Pan y a Prue, como hacía de costumbre cada mañana. Para entonces ya eran viejas amigas, sinceras de corazón las unas con las otras. La charla de chicas sin tapujos, capaz de despejarla tanto o más que un café, constituía para ella lo mejor del día. Mientras caminaban, Charlotte les habló de su mañana.

—¿Y no te sientes todavía lo bastante a gusto con ella como para contarle lo de tu novio? —preguntó Pam.

Lo que Pam quería era que la madre de Charlotte la hiciera entrar en razón en lo que se refería a Eric, aquel chico con el que “salía” ahora.

—¿Ha intentado darte la “Charla”? —preguntó Prue soltando una carcajada.

A Charlotte le dolía un poco no haber recibido “La Charla” aún, más que nada porque las circunstancias no lo habían requerido.

—Es sólo que no me apetece discutir sobre mi vida amorosa con mi madre, nada más —dijo Charlotte conforme se acercaban a la central de llamadas—. No sé, se me hace raro.

—¿Es porque él es mayor que tú? —La hostigó Prue.

—Tampoco es que sea mucho mayor —dijo Charlotte—. En realidad somos casi de la misma edad; lo que pasa en que él lleva muerto más tiempo.

—Ah, claro, será por eso —se burló Prue con sarcasmo.

El hecho de que él llevase muerto más tiempo constituía, en realidad, uno de sus mayores atractivos para Charlotte. Ella siempre se había considerado un espíritu de otro tiempo, incluso en vida, y Eric poseía un no-sé-qué de real y tangible, que siempre había echado de menos en otros chicos, sin contar a Damen, claro está. Eric era como un viaje al pasado, a un tiempo no muy lejano, de hecho; y eso, para ella, no era malo.

—¿Le has besado? —preguntó Pam, que tenía ganas de escuchar los detalles más jugosos.

—No sigas por ahí, Pam —atajó Prue— Sabes muy bien que no puede besarse con él de verdad.

—Puede que un beso como en vida no —contestó Charlotte a la defensiva—, pero sí que podemos estar cerca el uno del otro.

He ahí otro inconveniente de estar muerta, pensó Charlotte.

—¿Le quieres? —Tanteó Pam, en un intento por descubrir hasta dónde llegaban los sentimientos de Charlotte.

—Sí, creo que sí —admitió Charlotte en voz alta por primera vez.

—Pero, Charlotte —la azuzó Pam—, si apenas lo conoces.

Vamos, que lo que en realidad quiere decir, pensó Charlotte, es que ellas apenas lo conocen. Sólo intentaba protegerla, es lo que hacen las buenas amigas. El hecho de que Eric hubiese sido transferido a la plataforma después que ellas y hubiese ocupado, todo hay que decirlo, el puesto que Maddy, la insidiosa saboteadora, había dejado libre provocó cierto recelo entre los demás becarios, a pesar de su aparente bondad. Luego, el detalle de que hubiese sido músico en su vida, tampoco había contribuido a que ganase muchos puntos a ojos de Pam y Prue.

—Eric aparte —dijo Prue con escepticismo—, ¿qué sabes tú sobre el amor?

Era una pregunta justa, pero tampoco es que Pam ni Prue pudiesen responderla, y Charlotte lo sabía. Sin embargo, no parecía que ellos las arredrase un ápice de seguir fastidiándola.

—No sé nada sobre el tema —espetó Charlotte—. Pero conozco muy bien esta sensación.

—Pues la sensación que yo tengo es que ya hemos pasado por esto antes —espetó Prue sin disimular su desaprobación.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Charlotte con indignación.

—Pues significa que te estás dejando llevar igual que con Damen —dijo Pam—. Estás obsesionada. Otra vez.

—Mira a lo que te llevó —recordó Pam—. Y este chico no es Damen.

Charlotte se mordió la lengua y recapacitó durante un segundo sobre lo que las chicas trataban de decirle. Tenían razón, Eric no se parecía en nada a Damen físicamente. A decir verdad, era casi todo lo contrario. Su manera de vestir, su estilo de vida, sus ambiciones. Ni de lejos la clase de chico que Charlotte pudiese haber contemplado como alma gemela.

Sin embargo, había llegado a conocerle: su yo verdadero, como a ella le gustaba llamarlo. Y debajo del cuero, las cadenas y el pelo encrespado, Eric era dulce y amable. También empezaba a monopolizar más y más el tiempo libre de ella, y era eso, pensó Charlotte, lo que en realidad estaban discutiendo en la conversación.

—Me parece que estáis celosas —arremetió Charlotte—, de que por fin haya encontrado a alguien.

—Venga, no te pongas a la defensiva —dijo Pam—. Nos preocupamos por ti, eso es todo.

—No me pongo a la defensiva —se quejó Charlotte—. Pero, mira por donde, aquí estoy contándoos lo feliz que estoy por fin, y vosotras no hacéis más que darme la charla como si fuera una niña pequeña.

—Bueno, puede que sea porque todavía no has aprendido la lección —la reprendió Pam.

—¿Y la lección es…? —apremió Charlotte.

—El amor es para los vivos —contestó Pam—. Es una de las primeras discusiones que mantuvimos, ¿lo recuerdas?

—Tú decías que por eso lo llaman vida sentimental —le echó en cara Charlotte—. Lo recuerdo muy bien.

—Has progresado mucho —dijo Pam con dulzura—, y ahora lo estás echando todo a perder por un chico que acabas de conocer.

Las tres tomaron aliento para recomponerse. Pam y Prue conocían a Charlotte lo suficiente para darse cuenta de que no estaba ni mucho menos dispuesta a claudicar.

—Ya sé que se electrocutó con su propio ampli en el escenario, mientras tocaba su música en plena tormenta —agregó Charlotte—. Es evidente que entiende de compromisos.

—A lo mejor tendría que haber entendido algo más sobre meteorología —se burló Prue.

—Eso no tiene gracia —dijo Charlotte—. ¿Por qué sois tan negativas?

—No tenéis nada en común —prosiguió Prue— Es músico. Un trotamundos.

—¡Pam también era música! —protestó Charlotte, cayendo en la cuenta al instante de que no había estado muy acertada con el comentario.

—Sí, pero no como él —bromeó Pam, que para ser más explícita separó mucho las piernas y dibujó unos cuántos molinillos a la vez que rasgueaba su guitarra invisible.

—Hacéis que parezca tan poco de fiar… —respondió Charlotte—. Ni que tuviera una novia en cada puerto o algo así.

—Puede que no sea así, pero cada vez que le miro casi espero verle rodeado de una nube de grupis fantasmas —añadió Prue para rematar la faena.

Es posible que Prue se hubiese pasado de la raya, pero también resultaba de lo más persuasiva. Hasta entonces, la relación de Charlotte había ido suave como la seda, pero las chicas empezaban a levantar en ella sospechas que ya abrigaba de todas formas. Eric sí que tenía toda la pinta de ser un chico con cierta fama, pero Charlotte era incapaz de determinar si eso lo catalogaba como demasiado fácil o demasiado difícil de conseguir.

—Es que no tiene pinta de ser de los que echan raíces, eso es todo —dijo Pam, con un tono algo más condescendiente esta vez—. No queremos que te lleves una desilusión o que te hagan daño.

—Los hombres son tan fieles como pretendientes tienen —sentenció Prue—. No lo olvides.

Como se trataba de algo muy reciente, Charlotte andaba muy sensible con su relación, de ahí que, en circunstancias normales, le hubiesen indignado y dolido las puyas de Prue. No obstante, conociendo el pasado de Prue con los chicos, y cómo había muerto, Charlotte estaba dispuesta a dejárselas pasar.

—Creo que esto podría ser para siempre —reflexionó Charlotte esperanzada—. Nunca se sabe.

—Sí se sabe, Charlotte; lo sé yo y lo sabes tú —dijo Pam—. Todo tiene fecha de caducidad.

—Y todos —añadió Prue—. Nosotras somos prueba de ello.

—Todo —concedió Charlotte—, menos el amor.

Pam y Prue se limitaron a sacudir la cabeza en un gesto de exasperación. Era evidente que no habían hecho mella en el tozudo romanticismo de Charlotte.

Al llegar a la plataforma, el trío se llevó una sorpresa de lo más agradable al reparar en lo diferentes que se los veía a todos. Felices, descansados y en paz. Hasta a Coco se la veía relajada, con el pelo alisado y todo. Ahora unas lagrimitas y unos cuantos besos y abrazos, pensó Charlotte, y enseguida estarían todos de camino a un más que merecida Otra Vida de ocio y eternidad con amigos y familia. Todos seguirían en contacto, por supuesto, y si no seguro que se reunían de vez en cuando, estaba convencida de ello. Eso sería el paraíso.

El único inconveniente que le encontraba Charlotte era que se había acostumbrado a ver a Eric en la oficina todos los días. Ahora tendría que confiar en tener la suerte de encontrárselo de casualidad en el complejo, o tal vez hallar la forma de pasar con él aún más tiempo. Charlotte echó un rápido vistazo alrededor de la sala, no quería que se le notase demasiado, y se fijó en que el puesto de él estaba vacío, al igual que los de Mike y DJ.

—Otra vez tarde —le comentó Pam a Charlotte.

—Predecible hasta el final —se quejó Prue.

—Metal Mike y DJ son malas influencias —dijo Charlotte con un susurro, eximiendo a Eric de toda culpa—. Demasiadas jam sessions hasta las tantas, eso es todo.

Markov se aclaró la garganta, invitándonos a todos a que guardásemos silencia. No era del tipo sentimental, de modo que nadie esperaba que fuese a pronunciar un discurso sensiblero.

—Me alegro de que estéis todos aquí —comenzó Markov—. Bueno, casi todos.

A punto estaba de proseguir con sus palabras, cuando los becarios escucharon un conocido eco de pisadas que se transformó rápidamente en una estampida, a la vez que algo así como un tornado diminuto de almas entraba en tromba en la sala. Todas las cabezas se giraron hacia la puerta, sobre la que colgaba un cartel en el que se podía leer: “Docendo discimus”.

—Disculpa, hombre —bramó DJ.

—D.O.A. —dijo Mike.

—Llegáis tarde —los reprendió Markov.

El que aquel fuese su último día no quería decir que tuviese en mente pasar por alto la falta de Eric, Mike y DJ. Para él, llegar tarde no sólo constituía una falta de respeto hacia él mismo, también era un peligro para quienes llamaban y contaban con ellos para que los guiasen.

—Oh —dijo Eric, indiferente, al tomar asiento, con un tono que podía expresar arrogancia o curiosidad, según el punto de vista de quien lo escuchaba—. ¿Es que no hemos perdido algo importante?

Eric era un chico rudo, con el pelo cortado a lo punk, unas Rayban Wayfarer, una chupa de cuero negro, unas zapatillas de bota rojas y una actitud a juego. Podía ser basto pero también encantador, y era difícil que te cayese mal. Ni siquiera a Markov, que esbozó una sonrisa de complicidad.

—Quisiera pensar que todo lo que digo es importante —replicó Markov con sarcasmo—. De otro modo estaría desperdiciando mi aliento.

—¿Qué aliento? —bromeó Eric, golpeando puños con sus tropas.

—Bien, ¿puedo continuar? —preguntó Markov con cierto retintín.

—Continúe —proclamó Eric, magnánimo.

Charlotte esbozó una amplia sonrisa ante el descaro de Eric. Ella nunca podría ser tan deliberadamente rebelde como él, pero sí que había transgredido unas cuantas normas y podía sintonizar por completo. Además, adoraba la manera en que él se echaba la guitarra sobre el hombro y el modo en que la cinta con su maqueta le asomaba del bolsillo de su cazadora, siempre a mano para ofrecérsela a quienquiera que pudiese ofrecerle su gran oportunidad.

Él también tiene sueños aún, pensó. Eric se giró hacia ella y la saludó con un silencioso cabeceo, sosteniendo su mirada durante tan sólo un segundo. Para Charlotte, fue como una eternidad.

—Becarios, vuestra labor aquí ha concluido —dijo el señor Markov, enunciando las palabras que tanto deseaban escuchar.

Un suspiro colectivo de alivio escapó de la boca de los becarios.

—Y, al igual que hicimos a vuestra llegada —añadió Markov—, vamos a celebrarlo con una sorpresa.

Markov señaló con un gesto las puertas, que acto seguido volvieron a abrirse, aunque en silencio esta vez. Todos permanecieron mudos de asombro mientras observaban a la nueva hornada desfilar al interior.

—Vuestro reemplazo —declaró Markov.

Marcharon al interior uno a uno, todos rastros conocidos. Una nueva clase de graduados en Muertología dispuesta a atender llamadas.

—¡Green Gray! —aulló Pam saludándose con la mano.

—¡Repollos! —respondió Gary.

Charlotte le dio un abrazo conforme éste se dirigía hacia Pam, y a continuación reparó en Paramour Polly, Lipo Lisa, Tanning Tilly y los demás. Luego miró ansiosa para ver quién sería el siguiente en entrar. Su paciencia se vio recompensada.

La luz que irradiaba de la entrada envolvía por completo al último visitante, que avanzó con indecisión.

Charlotte permaneció expectante mientras la luz retrocedía poco a poco, revelando la diminuta figura angelical que la atravesaba.

—Virginia —dijo Charlotte con un suspiro mientras ambas corrían al encuentro de la otra y se fundían en un gran abrazo.

Pam se unió a ellas. Prue intentó resistirse, pero cedió al instante, y se enganchó a las demás a la vez que el grupo giraba y giraba como un ventilador de techo sobrenatural.

—Estoy encantada de veros —las saludó Virginia con absoluta corrección, demostrando que había interiorizado la formalidad que Petula le imbuyera durante su breve contacto.

Estaba hecha toda una señorita. Desenvuelta, acicalada y más guapa que nunca. No más mayor, claro, pero sí que más espabilada después de pasar un tiempo con Petula y asistir a Muertología. Era una chica especial.

—Muy bien, chicos —dijo Markov dirigiéndose a los becarios a grito pelado e interrumpiendo el jolgorio—. Recoged vuestras cosas.

—¿Para? —preguntó Prue con impertinencia.

—Vais a hacer un viajecito —respondió Markov de manera imprecisa.

Esto del viajecito suena bien, pensó Charlotte, y a juzgar por la sonrisa en el rostro de los demás, era evidente que todos pensaban lo mismo. Coco empezó de inmediato a organizarse para ver qué ropa se llevaba, mientras que Call Me Kim, incapaz de reprimirse a la hora de comunicar la buena nueva, echó mano al móvil para llamar a su familia.

—¡Vacaciones! —exclamó Pam con la esperanza de poder pesárselo en grande en plan viaje de fin de curso.

—No exactamente, Pam —prosiguió Markov—. Es más como un viajecito de trabajo.

—¡Nos vamos de gira! —exclamó Eric, mientras Mike y DJ chocaban las palmas a su espalda como un par de roadies en potencia.

—Pero —intervino Charlotte con tono escéptico— acaba de decir que nuestra labor aquí había concluido, ¿no?

—Así es —dijo Markov con cierta condescendencia—. He dicho que vuestra labor aquí había concluido.

—Entonces, ¿adónde vamos? —preguntó Charlotte, aunque en realidad no deseaba escuchar la respuesta

—Chicos, equipad bien vuestras cabecitas —anunció Markov—. Vais a regresar.

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