dimarts, 12 d’abril del 2011

Nevermore - prologo

Prólogo

Octubre 1849


Edgar abrió un poco los ojos.
El vagón de pasajeros se movía, y surgió desde abajo, un largo chirrido de metal sobre metal. El sonido se oyó por encima del ruido de las vías,  y luego se desvaneció con la salida de hollín caliente del vapor de la chimenea. Se unieron, por fin, con los estáticos susurros que le habían despertado.
— ¿Duerme?
Edgar sintió los músculos entumecidos. Él se esforzó por mantener la calma, para  no moverse, para  mantener su respiración constante y tranquila.
Había sido durante el paso por el último túnel, cuando el mundo se había vuelto más  negro, tenia que tomar  primero conciencia de su renovada presencia. 
Los demonios habían vuelto. Siempre regresaban. Para arrastrarlo de este  mundo al otro.
Un escalofrío corrió por él. Dejó que sus ojos se cerraran.
—Míralo, —dijo una  voz áspera. —Él va a coger el siguiente tren.
La mano de Edgar en el reposabrazos tembló. El sudor de la fiebre ahora se  convirtió en el sudor frío del miedo y lo notó en su amplia frente  hasta que sintió una  gota sobre su cara.
No podía volver con ellos. No cuando había estado tan cerca de cortar su vínculo con su mundo;  su mundo para siempre.
Oyó el ruido fuerte de apertura de la puerta del compartimento y sigilosamente se aventuró a levantar los párpados una vez más.
Un hombre corpulento con un uniforme ajustado, entró en el compartimento.
—Vamos a llegar a Baltimore, —anunció su voz con un zumbido suave. Edgar sabía  que el hombre no podía percibir a sus perseguidores, sus muecas grotescas, sus garras diabólicas.
El hombre pasó rozándolo. Edgar aprovechó la oportunidad. Se agachó, deslizándose por detrás del individuo para que no vieran lo que estaba haciendo cuando se levantó de  su asiento.
Instintivamente, apretó, el bastón malacca del Dr Carter, lo cuidaba como si fuera propio. 
En el interior tenia una hoja lisa de plata.
Las ruedas chillaron de nuevo. Sin previo aviso, el tren se sacudió al parar.
Edgar vaciló, gritando. Se contuvo, agarrando el marco de la puerta, y se giro al tiempo que veía las miradas negras y huecas  de sus perseguidores que se levantaban para seguirlo.
Él echó a correr.
Ellos iban detrás de él, sus furiosos susurros ahora eran como un torrente  de hojas precipitándose.
Edgar continuaba cruzando compartimentos, uno tras otro. Su camino se vio  interrumpido por los viajeros que recogían sus equipajes, no se daban cuenta de los monstruos que seguían su rastro. Alguien gritó cuando él pasó empujando, casi derribando a otro hombre al suelo.
Abrió la salida más cercana y salió a trompicones, a punto de perder el equilibrio apoyándose en el bastón, se tambaleó en el andén. Agarró el mango de plata, con ganas de sacar la espada oculta en el interior, incluso en medio de esa multitud.
Con un silbido penetrante, el tren lanzo una ráfaga de vapor. Edgar se colocó su capa y se cubrió con la capucha.
Vio cómo las criaturas salían del tren, sus formas emanando miasmáticas negras.
Se pararon delante de la puerta, se encresparon con el vapor antes de volver a tomar forma.
Altos, flacos y peligrosos. Los demonios se agruparon sólo un momento, entonces se dispersaron para  la búsqueda.
Edgar se unió a los viajeros. Avanzó con la multitud ajena a lo que estaba ocurriendo. Su mirada se centró en el tren que podía llevarlo a Richmond. A la singular esperanza que lo esperaba allí.
Al llegar al segundo andén, se detuvo, vaciló, de espaldas a la multitud. Luego, con el grito del conductor de "Todos a bordo" Edgar se agarro a la barandilla y se subió.
—Allí—Escuchó que uno de ellos gruñía.
Se apresuró hacia el compartimiento, mirando detrás de él una vez, sólo una vez, mirando a través de las ventanas polarizadas. Sí, lo seguían, lo perseguirían como perros infernales.
No fue  hasta los primeros chu – chu, de la máquina de vapor, que llegaron a sus oídos lo 
que hizo que abriera la puerta más cercana y saltara del tren al andén. 
Casi perdiendo el equilibrio volvió a unirse a la multitud, mientras detrás de él el tren, resoplaba fuerte y aceleraba, sus perseguidores aún estaban a bordo.
Sabía que no se dejarían engañar por mucho tiempo.
No importaba. Había otros medios de llegar a Richmond.
Edgar se abrió paso entre la multitud y fue  hacia a la calle mas transitada, donde paró un coche.
—Al puerto—, gritó, y golpeó con el bastón la parte trasera cuando se cerró la puerta detrás de él.
El coche se sacudió, se tambaleó, y luego rodó con celeridad.
Edgar se inclino respirando profundamente. Apoyó una mano temblorosa en su frente caliente, detrás de su ojo derecho, un dolor sordo empezó a palpitar.
El coche se balanceaba  deambulando por las estrechas calles, y de pronto el dolor de la cabeza fue sustituido por un extraño hormigueo  familiar. Se deslizó sobre él, impregnando sus sentidos  convirtiéndolos en  torpes y débiles. El cosquilleo entumeció su brazo, poco a poco fue bajando hasta la mano. 
Volvió la mirada hacia la sombra cambiante a su derecha.
Se sentó junto a él, su forma leve envuelta en una gasa blanca luminosa.
-No-murmuró-.
Pero la oscuridad lo envolvía, ya había comenzado a tomar el control.
Lo envolvió como una sábana, y cuando su mano fría como el mármol, lo agarró, sintió su fuerza, era superior a lo que había sentido anteriormente.
En un instante, la oscuridad lo devoró, abandonando el coche.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada